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Por Manuel Altava
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Calabuig

    Rodada en 1956, Calabuig es una de las obras de arte que el recientemente desaparecido director de cine Luis García Berlanga nos legó para la posteridad. El escenario de la película es nuestra espectacular ciudad de Peñíscola, bellísimo enclave mediterráneo que contiene la mayor parte de los paisajes geográficos y sociológicos intemporales de España y que su alcalde Andrés Martínez cada vez se preocupa de mostrarnos más hermosa.

    Los personajes de la película son un compendio de las más señaladas características de nuestros paisanos, familiares y amigos. Un actor paradójicamente italiano, el Langosta, es quizá el que más claramente representa el carácter, el comportamiento y las reacciones de los habitantes de estas tierras autonómicas de hoy. Y están todos, desde los personajes del papel couché como a políticos como Rubalcaba. Zapatero no sale, nació tiempo después.

    Los acontecimientos que han tenido lugar en el antiguo Sahara español son muy lamentables y la vergonzante, timorata y casi ausente reacción oficial de nuestro Gobierno no permitirá precisamente que podamos escribir nuestro nombre en las estrellas. Son tiempos de una extraña diplomacia en los que parece que solo se considera prudente y responsable el silencio total, ya sea con respecto a Melilla, Gibraltar o el Sahara.

    La llamada Marcha Verde dio pie a un abandono apresurado, repentino y atípico que facilitó los planes expansivos de Hassan II, dando paso a una –en un principio- incruenta conquista territorial que aún hoy no se ha llegado a consumar por completo ni jurídica, ni materialmente. No cabe duda de que el sistema político español del momento, la enfermedad de Franco, las escaramuzas rebeldes del Frente Polisario contra soldados españoles con algún trágico resultado y la ausencia de una auténtica voluntad de permanencia en aquellos territorios fueron razones determinantes para marchar. Ello junto a lo comprometido de una situación en que una masiva y desarmada manifestación civil era la auténtica fuerza de choque frente a un ejército de reemplazo más pacífico que pacifista.

    Pero marcharse no fue suficiente. Treinta y cinco años después aún tenemos responsabilidad directa y protagonista en lo que pueda ocurrir en la excolonia. Tanto tiempo después y no hemos podido borrar una decisión difícil de explicar y casi imposible de justificar. Así, para seguir en línea, ante el violento asalto y represora acción de las fuerzas marroquíes de confuso resultado, la ausencia de una reacción gubernamental digna es como el tercer o cuarto acto de una obra de teatro que mantiene su estilo y su cadencia al paso de los años.

    El negacionismo puede ser hasta delito. No hay crisis, no hay víctimas, no estamos negociando, no hubo chivatazo, no hubo incidentes, no hay pruebas… No se puede huir de la responsabilidad y mucho menos de la realidad. La prudencia, en fin, necesaria, aconsejable y obligada en las situaciones delicadas, no puede estar reñida con la verdad y el deber. Huir, poner parches y hacer gala constante de nuestra debilidad y dependencia nos impregna de una imagen acomodaticia y un creciente e imparable desprestigio.

    En fin, nuestro personaje Calabuig es una historia más limpia y más hermosa que lo que vivimos, pero sus personajes son nuestros coetáneos y sus cuitas y aconteceres llegan a nuestros días. Abandonar las lanzas en la playa es un acto de realismo pero callar y mirar para otro lado ante el atropello y la injusticia es vergonzosa cobardía. Por eso, el pueblo saharui no puede ser castigado como lo está siendo por el gobierno de Marruecos, ni el Gobierno de Zapatero permitir el abuso de éste.

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