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Por Cristina Querol
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Harakiris de plastilina

    Es una estrategia electoral “de manual” anticipar el sacrificio de un líder en el momento en el que un partido político ve el peligro de perder unas elecciones. De esta forma se canaliza en su propio beneficio una insatisfacción generalizada y se amortigua el impacto de un castigo electoral. Así de fácil: la soledad del número uno puede de esta forma sortear una derrota de la que es responsable todo un partido.

    En el PSOE lo saben, porque un partido que no tiene hoy ni la capacidad ni la intención necesarias para llevar a un país al progreso, inevitablemente debe tirar de brillantes estrategias propagandísticas si ambiciona opciones de gobierno. Y por eso Zapatero convierte lo que no es más que una meditada renuncia a ser candidato en un harakiri de plastilina. Que nadie se equivoque: Zapatero no se va para sacrificarse por España: es España la que se ha sacrificado durante 4 años por el Partido Socialista.

    Y ante este estado de las cosas, no podemos perder de vista lo que significa votar: en unas elecciones, votar al mejor candidato es guiarse por la capacidad comunicativa de los partidos, mientras que para valorar la capacidad real de gobernar sólo tenemos los hechos.¡Pobre de la democracia que no aprenda a poner a cada cual en su sitio!

    Es en ese momento cuando entra en juego la cultura política de un electorado. Cuando podemos quedarnos con un titular en la cabeza y votar según lo que nos quieren vender o echar la mano al bolsillo y ver una

    realidad que es demasiado palmaria para que algunos pretendan esconderla.

    Y es que la comunicación política, esa aparente panacea sobre cuyo papel todavía no nos hemos parado reflexionar seriamente, jamás llegará a ser la piedra angular sobre la que repose la democracia representativa. Al menos no de la forma en que la planteamos hoy. Porque la democracia representativa exige, ante todo, responsabilidad política y requiere, en primer lugar, la capacidad de los representantes para valorar las acciones de gobierno. Y la comunicación política es, demasiadas veces, todo lo contrario: esconder los defectos y potenciar las virtudes, lo que lleva demasiadas veces a la tentación de mentir, esconder y manipular. Precisamente las premisas que llevan a una democracia representativa a ser cada día menos democracia y menos representativa.

    Hoy, el ejemplo más claro de esto es el Partido Socialista. La comunicación política del equipo de Zapatero se convierte en frivolidad propagandística cuando, conscientes de su fracaso político, el presidente y sus cómplices pretenden de nuevo desviar la atención de todo un país imbuyéndonos en fútiles debates sucesorios en el seno de un partido que ha demostrado con creces ser incapaz de llevar a España a generar empleo, a garantizar la financiación de la deuda, a reforzar un tejido empresarial deteriorado, a avalar unas estructuras mínimas para volver a ser lo que fuimos. A evitar un rescate que nos costaría muy caro.

    Eso es el partido socialista: paro, pobreza y mentiras. Incapacidad y doctrina. Propaganda y control de los tiempos. Un partido para el que es una ventaja y un alivio que el individuo sea inteligente y la masa tonta, y cuyo modus operandi hoy se basa en impresiones, en pura propaganda y en una insaciable ansia de aparentar. Todo ello disfrazado de un talante mediático incompatible con un talento político del que Zapatero, Rubalcaba, Chacón y el resto decidieron prescindir el día en que pusieron unas siglas por delante de un país.

    Y ello, para su desgracia, se ha convertido en irreversible, porque el cálculo político y el control de los tiempos no valen nada cuando 5 millones de personas se levantan cada día sin saber si hay mañana y otros 40 millones luchan por no caer en esa lacra.

     

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    comentario 1 comentario
    miguel bataller
    miguel bataller
    16/04/2011 11:04
    Bien Cristina

    Lo bueno y argumentado, si breve ....!!dos veces bueno!!

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