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Por Vicente García Nebot
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La querulante

    Queridos hermanos: mi abuela me contaba que en el pueblo había una vecina que todas las mañanas cuando se levantaba ponía un duro en un tarro para pleitos. Esta señora reconocía su carácter conflictivo y manifestaba así sus ganas de pelea judicial.

    En la vida profesional de abogado uno se encuentra de todo entre la clientela y la clientela de los compañeros. Los hay que atraen los pleitos, como si fueran imanes, de forma incomprensible. Pero esto tiene un nombre: “Paranoia Querulante”.

    Son gente que padecen un delirio que está orientado a la reparación de las injusticias o perjuicios que, de manera injustificada, creen haber sufrido. Es decir, el querulante cree que el mundo entero está contra él y por lo tanto se defiende atacando con contenciosos de todo tipo: penales, civiles, contencioso-administrativos… Digamos que el querulante sería el camorrista, pero con estudios.

    El novelista Charles Dickens los definió en su novela “Casa desolada”, y describió los graves efectos psicológicos, sociales, familiares y económicos que provoca el delirio litigioso para todos los que le rodean.

    En Psiquiatría Forense se estiman peligrosos porque es una forma de manía persecutoria que puede originar conductas violentas cuando el perseguido imaginario se vuelve perseguidor y “se cree investido de legitimidad para perturbar el orden público e interferir o demorar la administración de la justicia”.

    En los juzgados debería haber un listado de pleitos por persona. Ello serviría para identificar a estos sujetos y sujetas enfermos y, por lo menos ponerles una tasa supletoria. Ahí dejo la idea.

     

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