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Por Vicent Albaro
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Solos ante el peligro

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    Solos ante el peligro- (foto 1)

    No se trata de emular al famoso western de Gary Cooper, o sí. Pero la sensación de estar solo ante todos los peligros del mundo, está tomando carácter de auténtica paranoia, al menos entre quienes son conscientes de la enorme amalgama de dramas que nos rodean.

    Cuando se es niño, por lo general, uno tiene la beatífica sensación de que nuestros padres y familiares cuidan de nosotros. De que estamos protegidos por seres superiores e inmortales, que nos adoran. Los que nacimos en la paz de Franco, ese protectorado podía extenderse sin ninguna duda a los vecinos, el médico, los maestros y cualquier persona de bien, que se cruzara en nuestro camino. Sí, es cierto. En ese execrable tiempo para algunos, en que las puertas de las casas permanecían abiertas incluso de noche, esa noche que era una fiesta. En que todo el mundo circulaba por las calles sin temor al delito, y más aún en los pueblos. Cuando algún sospechoso cruzaba el rótulo de entrada a la población, allí estaba la pareja de la guardia civil, para acompañarle hasta el rótulo de salida, en ese tiempo insisto, existía esa sensación de seguridad.

    Y para redondear los ánimos positivos, un Dios que todo lo ve, te protegía desde el cielo como un padre omnipotente, la Virgen María con sus mayos y letanías, acompañaba también y sumaba esa benigna protección a la madre terrenal, como madre en el cielo, y para colmo, te adjudicaba un Ángel guardián, un guardaespaldas personal,  para que en caso de acercarte a un abismo o similar, te agarrara del brazo auxiliándote. Todo un mundo inconmensurable de seguridades.

    Han transcurrido muchos años y vivido innumerables sucedidos, el futuro nos ha deparado la sensación totalmente contraria. Estamos solos e indefensos. Huérfanos de vitalidad y atiborrados de angustias.  Nuestros abuelos desaparecieron, los padres fallecieron o se hicieron mayores, y ahora nos toca cuidarlos a nosotros.  Precisamente cuando hay más leyes que nunca, más policías por metro cuadrado que nunca, y medios de todo tipo para sentirse seguros y confortables, como aquellos niños de los años cincuenta y sesenta, la realidad que no sensación, es todo lo contrario. Hay peligros acechando por todos lados. En los hogares las puertas coleccionan cerrojos a mansalva y ni aun así, se salvan del robo. Los colegios parecen “Alcatraces” con vallas altísimas. Los niños han de ir acompañados o mejor no salir de casa. Si en la calle tienes un altercado, la gente mira para otro lado y no te asiste nadie. Ahí te pudras. Los guardias, hartos de ver que los maleantes entran por una puerta y salen por la otra, evitan lo evitable.

    Y para colmo, ese Dios que protegía desde el cielo está desaparecido, silenciado, sordo o ausente para la gran mayoría, que ya no cree en Dios ni la Virgen, pero que es capaz de creer en cualquier otra cosa por estrafalaria o ridícula que sea. La Religión Cristiana que amalgamaba a la sociedad de otrora, se ha sustituido por pequeñas religiones mundanas que a modo de secta, actúan hiperactivas entre nosotros para darnos una mejor vida aquí, en la tierra. Denostando otras vivencias espirituales que creen en el más allá, con la máxima de que lo que no palpas, no existe, que son ensoñaciones para niños y gentes primitivas con poco intelecto, muy fáciles de engatusar. 

    Y bajo estos parámetros, ha crecido una pléyade de nuevos dogmas de todo tipo, de variopintos gustos y colores,  algunos apocalípticos y que no voy a citar, pero que cada día copan portadas de periódicos y no precisamente de noticias alentadoras. Estos credos se basan en la subversión radical de los valores de otrora. Hay una rotura de costuras, o al menos un intento descarado, prometiendo la arcadia feliz, precisamente quienes no dan el mínimo ejemplo de coherencia, ni tienen altura ni categoría para ejercer su falso ministerio, del que cada vez la gente está más harta. Mucho caradura suelto, empeñado en vivir sin trabajar.

    En cuanto a la tribu política y lacayos de todo signo, (muy pocos se salvan del trampantojo, aunque los hay serios) a esos gestores que pagamos a precio de oro, dándonos mercancía y servicios de bazar barato. A esos que se les llena la boca de promesas y buenas palabras, y no cumplen ninguna, más bien al contrario. A esos, que la pandemia COVID 19 ha dejado con el culo al aire, sumando adeptos a la legión de descreídos, además de aumentar la cofradía de solos ante el peligro. A los que la  mayoría les vota no con pasión, ilusión o compromiso, sino por descarte o la nariz tapada. A quién me disgusta menos. Qué desastre de tiempo nos toca vivir. Descarte en la política, descarte en la sanidad, descarte en el trabajo, descarte en las amistades, ya solo falta descarte en la familia, que todo se andará.   

    Se esfumaron aquellos tiempos de sentirse protegidos. Los de ahora son de un desamparo total, de una soledad obligada que devora y consume. Y ante este desolador panorama, siempre surge la misma pregunta: ¿Estamos preparados para aguantar todo esto, y lo que seguramente nos vendrá? ¿Podremos vencer al miedo? Nuestra generación fue jauja comparada con la de nuestros padres, niños de postguerra que las pasaron canutas. Pero nuestros hijos, que crecieron en la abundancia y el despilfarro, se van a enfrentar a situaciones que nadie esperaba. ¿Con qué bríos y ánimo? En verdad estamos solos ante el peligro, y ¿Tan poco cabe esperar, de quienes deberían hacernos sentir esa seguridad, propia de una sociedad moderna y preparada? Demasiada desconfianza anda suelta.

    A los de otrora, para no estar solos, siempre nos quedarán el Dios Trino y Uno, la Virgen, los Santos y el Ángel de la Guarda. Un consuelo mayor que el gurú de moda, sin lugar a dudas.

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