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Por Vicent Albaro
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El monte, masivo y no selectivo

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    El monte, masivo y no selectivo- (foto 1)

    Pudiera pensarse que la pandemia ha empujado a la gente al individualismo y la soledad del campo. Que el COVID19 anima al aislamiento y la fuga de la ciudad, como huida salubre del epicentro contaminado y contaminante del famoso virus que lo ha trastocado todo. Pero va  a ser que no, la cosa viene de lejos, quizás lo ha aumentado y, huyendo de los tumultos y el gregarismo urbanita, la masificación campera se ha multiplicado porque está de moda, y porque los humanos somos como los monos, sociables y pegajosos con nuestros semejantes allá donde se encuentren.

    Me lo he pensado dos veces antes de teclear este artículo, hoy en día la gente anda muy susceptible y se molesta por cualquier cosa, está desatada de los nervios. No sé si será por la pandemia Coronovírica, que ha trastocado los planes de todo bicho viviente, la actualidad sociopolítica loca de atar; tras lo cual andan las neuronas hipersensibles a cualquier cosa, o porque nos hemos vuelto todos, lerdos de solemnidad. Siempre que escribo sobre esto, un amigo lector me pregunta si tengo algo en contra de los caminantes camperos. Evidentemente que no, y así se lo he manifestado reiteradamente. Pero una cosa es que a mí no me molesten en absoluto los usuarios de los caminos y sendas rurales, y otra que algunos de esos caminantes me quieran aleccionar y hasta moralizar sobre las bondades de su actividad, en detrimento de otros menesteres rurales, tan dignos y más antiguos, en clara fase de extinción.

    Y sigo. No es de ahora, insisto, ya lo publiqué hace años, hay más gente por los caminos que en la plaza mayor del pueblo. Lo que ocurre es que esa masificación ha cambiado de escenario. Todos se han vuelto montañeros de la noche a la mañana. Que no es el paseíto por la ruta del colesterol cercana a la urbe, ese andar terapéutico y saludable que recomiendan los cardiólogos y médicos de familia. ¡No que va! ahora hay que salir a la montaña y hacer aventuras, escaladas y largas travesías en masa, bien revestidos con equipos de última generación y moda, tecnificados y adecuados para lugares abruptos y recónditos. En una conocida gran superficie para deportes, hay inmensas estanterías de punta a punta con zapatillas para todo tipo de suelo, para señoras, caballeros y niños, de vistosos coloridos y con suelas de tecnología casi espacial. A elegir  y pagar, porque cuestan un huevo y parte del otro.  

    Con esta moda y el equipaje completo al alcance de la mano, ya estamos listos para la aventura. ¿Aventura? ¿De verdad todos los que salen o pedalean por la montaña están preparados para transitar por ella? Dicen los gozos de un santo muy popular de esta tierra: “Mora en la sierra fragosa…San Juan de Peñagolosa”  definición etimológica de “fragosa”: Intrincada, áspera, abrupta, quebrada, irregular, llena de maleza… ¿de verdad todos los aventureros están preparados física y psíquicamente para realizar las machadas que hacen, y transitar largas horas por esos territorios agrestes? Pues después de ver en los noticieros, la sucesión de  rescates por la Guardia Civil de montaña, bomberos y demás unidades élite, la respuesta es no. No se calibra el peligro real, ni la posibilidad de un accidente, que por pequeño que sea como torcerse un tobillo, en ese territorio hostil y lejano es un serio problema.

    Pero hablamos de modas, los programas de televisión incitan a gozar de paisajes idílicos, que vistos desde el sofá del apartamento son la leche. Valles verdes, montañas azules, lagos cristalinos, ríos de aguas bravas, etc. Han nacido en los últimos tiempos empresas dedicadas al hobby aventurero  que se supone, lo tienen todo controlado y asegurado. ¿Sí, no? Quizás el problema pueda venir, por los que van por libre a comerse el mundo sin tener ni idea. Solo quizás. Las variadas actividades de riesgo que he practicado, con más de un susto, a lo largo de mi vida como el buceo, el trial y la caza, me han exigido un montón de papeles: pagos, certificados médicos, licencia federativa, seguro y por supuesto cursos y examen teórico y práctico. Y sin estos requisitos no puedes ejercerlas. Mi pregunta es, ¿Todos estos colonos de nuevo cuño, adictos y consumidores de espacios naturales de paz, libertad, horizontes infinitos, puestas de sol melancólicas y todo eso…siempre que sea en lugares fragosos y agrestes, y que representen peligros latentes, tienen algún tipo de documento que les acredite como usuarios debidamente preparados?

    Ahí lo dejo, y yo no soy de los que les gusta el redil ni los papeleos inútiles, el último que me ha tocado sufrir ha sido otro nuevo trámite para poder llevar las olivas a la almazara, ya les vale. Para unas cosas se exige el infinito y más o te crujen, y para otras, barra libre.  Quien me lee, sabe lo que digo y ya lo ha pillado. Y sigo con los programas televisivos, porque mientras los de aventura tienen seguidores a mansalva, los de aquí la tierra y sus huertas y campos, a tenor de los resultados, no tienen tanta aceptación. Al personal le va más la montaña y el éxtasis idílico que la azada ruda y metálica. En estos días había cola en una cresta del pirineo de tres mil y pico metros de altura, en concreto a la Pica d’Estats, para hacerse una foto y ponerla al face. Tócate los eggs. Cola en un pico que se las trae, con lo que costará subir y bajar de esos andurriales, vamos, hay tanta gente allí como en las Ramblas en tiempos del Covid19, en hora punta. De locos.

    Mientras todo esto ocurre para goce de los sentidos sensibles, yo sigo viendo cada vez más fincas yermas. O sea, que cuando se muere el paisano de viejo, sus descendientes prefieren el goce a la azada, y claro con esos mimbres, las fincas rústicas sin su debido mantenimiento, se yerman, los árboles se mueren y adiós muy buenas. Las solsidas se multiplican y la maleza campea a sus anchas sin un mal desbroce o labrantío  higiénico que las conserve. Es lo de siempre, resulta más fácil arreglar la casa del vecino que la propia. ¿Tanto cuesta hacer pedagogía de naturaleza predicando con el propio ejemplo?  Pues que no hay tu tía. A pasear y hacer fotos, mientras el campo se va a la mierda.

    Y dentro de nada los del robellón, saldrán como legiones romanas a patear los pinares del interior a la caza del delicioso elixir rojizo. Con cesta de bimbis y navaja setera como mandan los cánones, gozaran del aire puro del pinar y las umbrías húmedas con primerizas catas otoñales. Todo está bien si media el respeto, si hay conciencia de que el campo tiene dueño y uno debe procurar su cuidado y conservación. Una fiesta excursionista y gastronómica a la vez. De lujo, pues que yo sepa aún no han entrado las mafias del Este con sus furgonetas de ilegales, a arrasar montes de robellones y demás boletus. Ya solo faltaría eso, pero tiempo al tiempo. En fin, y sin acritud, esto de predicar en desierto tiene un cierto toque agridulce, casi masoquista. Sabes que a nadie le importa un higo lo que escribes, que todos van a su bola, a lo fácil y al disfrute del ande yo caliente, pero lo  a gustito que te quedas después de haberla soltado, no tiene precio. Viva la vida en el campo y sus paseantes que son legión, mientras los labradores se acaban sin remisión. 

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