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Por Vicent Albaro
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De higos a brevas

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    De higos a brevas- (foto 1)

    Este viejo refrán se refiere a aquello que ocurre de tarde en tarde, o cada mucho tiempo. Porque de los higos en agosto y septiembre hasta las brevas de junio, han pasado nueve largos meses, cierto que es mucho tiempo, y más, visto desde el calendario agrícola, es casi una vida porque la naturaleza nace en primavera y muere en otoño. Aunque todos sabemos que está aletargada, como durmiente en espera de un nuevo ciclo, que se repite y repite con terca rotundidad. De higos a brevas nos toca a veces esperar aquello que ansiamos, y puede que nunca llegue. Solo de tarde en tarde podemos atisbar un goce que nos llene en plenitud, ya sea físico o espiritual, porque las cosas buenas tardan en llegar. Y demasiadas veces cuando llegan, no las vislumbramos embotados por la rutina, cegados por el desencanto, o las ignoramos porque, incrédulos, creemos que esas cosas tan magníficas, a nosotros no nos pueden pasar.   

    La higuera siempre ha sido uno de nuestros árboles totémicos. Descrita con luminosa claridad en el Viejo y Nuevo Testamento, es una muestra más de la fertilidad o esterilidad si se cuida y abona, o lo contrario. Ya era el árbol preferido de los filósofos griegos como Platón, y la fruta más preciada de los golosos romanos del palatino. Los higos y las higueras nos acompañan desde tiempos remotos, y están tan arraigadas a nuestros campos que no se conforman con eso, sino que escalan hasta las torres campanario. No es de extrañar por ello que el refranero popular, esté repleto de citas alusivas a este árbol de ramas blanquecinas y madera tan frágil.

    Uno de mis refranes preferidos es: “Acabados los higos, los pájaros idos” o “Años de higos, años de amigos”. Que viene a significar que mientras te sacan, todos te rodean y cuando ya no te queda nada, te quedas sin nadie. Que en la vida si tienes poder y posibles, te envuelve una nube de pajarracos que te trinan o graznan al oído, según la especie, mientras revolotean graciosos a tu alrededor. Acabados los higos, dígase poder, influencia, gracejo, dineros, etc. los pájaros se van y vuelan hacia otro posible comedero que devorar. Ya han limpiado la higuera, que se queda llorosa, triste y sola como la facultad que canta la canción de tuna.

    La higuera es un ejemplo para quien tiene ojos para ver. Resistente, recia y dura como el pedernal pues aún con el bancal abandonado o arrasado por el fuego, la higuera revive y crece, hasta dar frutos. La higuera árbol, no se merece el abandono a la que se la ha condenado. Primero porque sus frutos tiernos son deliciosos, y fáciles de conservar -secos con harina- para múltiples usos culinarios. Segundo, porque al ser un árbol tan poco exigente, cualquiera puede plantarlo y cuidarlo sin demasiados quebrantos. Por experiencia y dadas las sequías horrendas que padecemos, es uno de los pocos árboles que planto aún, y se muestra vigoroso y agradecido. El resto es una decepción continua, salvo que seas socio preferente y continuo de la manguera de FACSA. Al final resuelves que tus viejos, eran más listos que tú y tus teorías sacadas del Calendario Lunar y los libros de agricultura en colorines de la UJI, no triunfan en el secano. Solo va lo que los abuelos plantaban, el resto o no funciona, o en pocos años se agosta. Será el cambio climático, será su puñetera madre, pero de entre todos los frutales golosos, la higuera es la que arraiga, crece y da frutos con prontitud y longevidad.

    La higuera humana es otra especie que triunfa entre los bloques de cemento. Nace de la grieta más diminuta. Crece rápida entre el guano y el ripio urbanita, se prodiga con abundante copa y su sombra, solícita y solicitada, alcanza un radio imponente. Aparece cada varios años y puede durar por tiempo indefinido, según azoten los vientos y los temporales del extrarradio. Pero mientras está asentada ufana en el bancal, mientras da frutos con generosa complacencia, todos la jalean y le lanzan arrumacos en prosa y verso. La adulan desde el tronco hasta el pecíolo de sus hojas trifoliadas, sus ramas quebradizas por naturaleza, son motivo de elogio y comparación con las duras “sabinas”, aunque en nada se asemejen, pero los maestros de la pompa y la adulación, tienen resortes inacabables para con su fingida complacencia, conseguir sus mundanos fines. Y la melificada higuera, henchida y complacida,  arrincona aquello que no la enjabona o lo yerma. Pero un día los higos se acaban, y el revuelo de trinos desaparece, viene el otoño y las hojas se caen secas y amarillas. La higuera se queda desprotegida, sola y desnuda…  

    De higos a brevas puede salir un ejemplar imponente, un árbol totémico que a modo de roble, olmo o encina monumental, se enseñoree de la plaza, resista vendavales y dé sombra y cobijo a todos, ya sean susurrantes o no. Son los menos. A éste no le devoran los higos, a lo sumo las bellotas ya caídas, aquí ya toca pacer a los cerdos, porque siempre se exprime cualquier árbol, sea de la especie que sea.  Al final si no se comen los frutos los pájaros, los roban los caminantes al paso, o se apedrea el árbol para descolgarlos desde lo alto. Siempre habrá alguien que se aproveche de ese fruto generoso y vital. Lo bueno es saberlo, ser conscientes para darlo con generosidad mientras dure o no doler el arranque, además tener claro que cuando se agote la despensa, se acabó. Es triste, pero aún lo es más, ignorarlo y quedare con el amargo despago que conduce al despecho y la frustración.   

    “Los olivos tu abuelo, las higueras tu padre y la viña tu mismo”, sigue diciendo el refrán, yo llevo varios olivos plantados, y viña, este año varias higueras en sustitución de otros frutales que no consigo levantar. Algunas las tengo a la vera del camino, y si quiero probarlas me toca madrugar, y si me las roban tampoco me importa porque sé que no podré evitar ese mal. Cuando niño, ya me contaba mi abuelo sus luchas contra el robo de uva primeriza el día de San Salvador, y los higos de les Forques y las prunas del Ribasal. Hoy sin rúales, y casi todo yermo es una locura plantar. Estás en la diana, pero entre eso y la nada, prefiero de higos a brevas, aunque me limpien…prefiero…¡plantar !

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