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Por Vicent Albaro
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La agricultura heroica

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    La agricultura heroica- (foto 1)
    La agricultura heroica- (foto 2)

    Han bastado unos cuantos litros de lluvia bien caída, para que nuestros campos revivan y exploten en un esplendor inusitado. Si hace dos semanas era imposible recolectar la ajedrea para adobar las olivas de la Ley de Borriol porque ni siquiera había brotado, mientras observabas el romero enrojecido y seco, y los pinos amarillentos… la lluvia generosa del último temporal, ha hecho reverdecer y vivificar todo el macizo de plantas que enraízan en nuestros campos. Ha florecido la ajedrea (saborija), el romero, el brezo y el pinar reverdece por los montes. En una palabra, la terrible sequía de años se ha acabado, corre el río y la rambla ha llenado el pantano seco de María Cristina.

    Los árboles se recuperarán de la angustiosa sequedad de la tierra, y aunque no haya cosechas porque la falta de lluvias ha mermado la aceituna, los fríos la almendra, y el campo en general daba pena, esta sazonada otoñal da una nueva oportunidad a nuestra agricultura de secano, de seguir estando ahí como parte fundamental de nuestro paisaje. El secano y otros campos de cítricos abandonados por el escaso rendimiento de la naranja o mandarina, comparado con los altos costes de producción.  Y aunque cada vez haya menos gente que cuide esos campos para que se muestren en plenitud, no deja de ser paradójico que el origen de todo nuestro estatus, -es doloso recordar que todo nace en la agricultura- se halla en estado terminal, mientras casi todos miramos para otro lado. Y digo casi porque aún quedan valientes, pocos es verdad, que mantienen en perfecto estado de revista sus campos y huertas, que luchan por la conservación de lo que me atrevo a denominar: “La agricultura Heroica”.

    Porque es sin duda cosa de héroes sostener los bancales para la postal turística, sin mayor rentabilidad que la autosatisfacción del consumo hogareño y la vigorosidad medioambiental de la finca. Aquí todo son buenas intenciones, inmejorables ideas, propuestas, slogans publicitarios, amigos de no sé qué, de olivos milenarios, fotos camperas, paisajes bucólicos, estudios, tratados e investigaciones, pero arrear…lo que se dice arrear, es decir doblar la espalda, pocos…muy pocos. La agricultura heroica, la que sostuvieron nuestros abuelos en innumerables bancales de nuestro término, a golpe de azada, arado secular y remontando paredes de piedra seca, está en manos de unos pocos, que conscientes o no, sostienen lo más sagrado de nuestros pueblos. Su remoto origen, la economía básica de donde ha venido todo después. El progreso y la abundancia, que ahora reniega de aquellos remotos orígenes. ¿Porque qué es sino renegar, el tener las fincas abandonadas, moribundas y perdidas entre la maleza? ¿Qué no son rentables? ¿Y es rentable la salida del finde, el Gym, la cañita, el mojito, la excursión a la Salera, el fiestorro buscado o estacional, u otros gastos innecesarios para la supervivencia?

    No quiero agriarle el cuerpo a nadie, como me dijo un lector un día, que cada vez que veía sus olivos perdidos, se acordaba de esta página, y una especie de remordimiento le embargaba. Lo cierto es que cada uno tiene tiempo para lo que quiere, y sus dineros también. Pero esos olivos moribundos y algarrobos, pongo por ejemplo, son de su responsabilidad pues están en su propiedad. Y si él no los cuida o no los manda cuidar, mueren. Así de claro y de triste. Y luego no volvamos al rollo del calentamiento global, el cambio climático y ese mantra patatero para espíritus melindrosos que quieren salvar la selva amazónica, pero se les mueren los árboles de su propiedad en cualquier partida del término. Si te crees un héroe de la conservación del planeta, comienza por tu entorno inmediato. Forma tu propia ONG, y arrea con levantar tus fincas que te están llamando a gritos hace décadas, mientras miras para otra parte haciéndote el sueco. Crea tu propia Agricultura Heroica, pues tu zona geográfica te lo agradecerá y seguro que habrás contribuido fehacientemente, vamos rigurosamente, a mejorar la tierra.

    Las lluvias han devuelto la esperanza al campo serrano tras años de sequías irredentas. Fuentes, barrancos y acuíferos han normalizado sus cursos licuados que hacen apetecible y rentable su funcionamiento natural. Cuando vivimos tiempos en que la naturaleza es una especie de parque temático propenso a la aventura y el deporte, suena casi arcaico y retrógrado volver a fijar la mirada en lo que nadie parece ver. Los campos cultivados que nos lo han dado todo, merecen un poco más de atención y cuidados para darles vigor y sentido de la trascendencia, al margen de su oportuna o estacional rentabilidad. 

    Somos paisaje, formamos parte de ese paisaje, y sin embargo le damos la espalda por la cuestión que sea. No es justo ni generoso. Si echamos la vista a nuestras tradiciones, fiestas, costumbres, folklore, lenguaje y refraneros…no hay ni una sola cita que no desemboque en ese mundo casi perdido, defenestrado e ignorado, como son nuestros campos en cada partida del término. No voy a nombrarlas porque son tantas y sugerentes como su toponimia y paisaje identificativo. Hagamos todos un esfuerzo, cada cual a su medida, para salir de ese analfabetismo rural que a modo de virus, se ha instalado en nuestra confortable sociedad capitalina. El campo nos necesita de manera urgente para resucitarlo. No queda demasiado tiempo, los últimos que siguen allí, están en las últimas y no hay casi relevo.

    Se necesitan héroes para que esa agricultura heroica, no muera...

    -¡Ssssch…despierta Vicente!   ¿En qué mundo vives? – (Ahora está hablando la parte materialista de mi otro yo)…

    -Ya no quedan héroes, salvo en las películas…y esos son de pega…falsos de toda falsedad…

    - Vale, vale…mi otro yo, pero tenía que intentarlo por si alguien despierta, mientras yo sigo resistiendo pese a todo y todos. Y dicho sea de paso, prefiero cien veces “el farolet de meló” que el Jalouinn ese de calabazas y zombis gilis. Para variar.

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