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Por Manuel Guisande
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Los médicos y el inglés, me matan

    Cuando tú vas al médico es porque tienes un problema. Lo mismo me ocurre a mí, pero a diferencia de ti, yo entro con uno y salgo con dos. ¿Y por qué? Por el inglés; sí, por el inglés.

    Como ya conté en otros artículos, mi mujer es india americana, de Ohio (Estados Unidos), más exactamente de la tribu sioux (que por cierto debe de ser la única que quedó viva porque yo de pequeño me los cargaba a todos cuando jugaba a los vaqueros), y aunque es enfermera se dedica a hacer traducciones de español, francés e inglés, pero no al mismo tiempo, lo digo porque hay gente pató.

    El caso es que, como no confía en los médicos, pues cuando tengo alguna dolencia insiste en acompañarme al especialista. Yo digo que no, que el que está mal soy yo y que si muero soy yo y no ella; pero ni así. No hay forma, así que cuando voy al médico realmente no voy, sino que vamos, como si fuéramos hermanos gemelos. Hasta ahí no hay el menor problema, pero en cuanto nos recibe el facultativo el asunto cambia.

    Ya me puedo estar pudriendo por dentro, estar a punto de una trombosis, un infarto o una ceguera irrecuperable que el experto en Sanidad lo primero que pregunta y no falla es: «¿Y de qué país es usted?». «Y a mí qué diablos me importa que usted sepa o deje de saber de dónde es mi mujer, si estoy aquí hecho fosfatina, con un dolor que estoy por saltarle a la yugular», pienso.

    Pues nada, como si hubiera ido a un balneario a tomar las aguas, como el médico hace mucho que no habla inglés, entonces aprovecha para practicar, pero como además ambos son del ramo de la Sanidad… pues qué quieres que te diga, habla que te habla y yo como un parvo escuchando sin entender nada.

    No exagero, pero he estado en tantas camillas sentado viendo como mi mujer y los médicos hablan en inglés de mi dolencia y yo sin enterarme que podría ahora mismo decir cuáles son los modelos, marcas y tipos de camilla más cómodas. Las he visto de todos los colores y formas, acolchadas, sin acolchar, con un agujero a la altura de la cabeza, con otro a la altura de las piernas, con reposacabezas, sin él… Yo de mis enfermedades saber sé lo justo; o sea, nada, pero de camillas… pregunta, pregunta.

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