elperiodic.com
SELECCIONA IDIOMA
Valencià
Entrevista a Ángel Padilla

"Es tan culpable el que canta para no oír a los fusiladores que los fusiladores" anuncia una nueva era de luchas

Elisa Ramón
Elisa Ramón
    MÁS FOTOS
    "Es tan culpable el que canta para no oír a los fusiladores que los fusiladores" anuncia una nueva era de luchas - (foto 2)
    "Es tan culpable el que canta para no oír a los fusiladores que los fusiladores" anuncia una nueva era de luchas - (foto 3)

    Ángel Padilla (Valencia, 1970) es un activista que escribe poesía y relato, además de ser un reconocido letrista de canciones y dramaturgo. Dicen que se vincula al Eco-Art, es un animalista confeso y convicto. Pero, en realidad, es la vida en la Tierra, la totalidad de la vida contenida en ella, y su defensa a ultranza, lo que impregna su trayectoria como activista social y escritor. Hoy lo traemos a estas páginas, con su verbo arrollador, sincero y torrencial, como autor del excelente poemario Es tan culpable el que canta para no oír a los fusiladores que los fusiladores, publicado por Amargord en 2020.

    En la portada de tu poemario el planeta Tierra, el nuestro, casualmente, no se sabe bien si es un planeta soleado o asolado; la idea de Raúl Gálvez, su diseñador, desde luego, es ambigua y atractiva, por lo sugerente. Representa muy bien, creo, el alma de tu escritura “pangeática”, si se me permite el neologismo. ¿En qué sentido y por qué es la totalidad de la vida terrestre el impulso de tu escritura?

    Y es tan largo el título que Gálvez decidió -adecuádamente, en cuanto a estética- acortarlo en su diseño de portada a un sólo "Es tan culpable..." para que la ilustración magistral del planeta Tierra que ha hecho para la cubierta del libro sea prominente en él. Efectivamente, como dices, esta tierra soleada y asolada es, nada menos, que nuestra casa, con todas las resonancias emocionales que esto tiene. La gente, pregunta a cualquiera: ¿dónde vives? Dime dónde está tu casa. Y lo seguirás hasta un punto pequeño donde habita, duerme, come y convive con lo que siente como familia, y lo es. Pero... casa es mucho más. Y familia también. Eso intento reflejar en mi poemario al que doy las gracias enormes a la editorial Amargord por confiar en él; es un nuevo alegato, como toda mi obra poética, a favor de una nueva visión, o un reconocer la verdadera visión, que poseemos pero que nos ha sido cubierta por una cultura castradora e instrumentalizadora de las almas. Aquí está lleno de escopeteros, de gente que te coge el hombro con la mano llena de sangre, nos manchamos las camisetas, de sangre de todos, de otras, del mundo, andamos colmados de sangre desde la mañana hasta la noche, y nos creemos conscientes y racionales. Con mi palabra poética hablo a mis vecinos en una forma interna -eso intento- para que abandonen los crímenes comunitarios y para que vean los cadáveres que yacen, desde el interior de sus casas, hasta la acera de su patio, y por todas las calles del mundo. Las vidas, hoy y siempre, del llamado humano, se sustentan sobre montañas de cuerpos inertes, de vidas que no fueron por ser ellos cómplices de un mundo biocida por completo, hay que repetirlo sin cesar, y de muchas formas, aunque se cansen; porque andan hipnotizados con una estafa de visión con la que procuran los crímenes diarios, sin sentirse culpables: "somos uno con el mundo. Nuestro cuerpo empieza en nosotros y termina en todo lo demás y a la inversa". Por eso soy vegano, porque respeto a esos familiares que no conozco pero que los siento de la sangre de mi misma alma, y por eso lucho por esta Tierra, porque sé que el lecho en que duermo con la mujer que amo se extiende por campos y mares, y no quiero que lo manchen, soy de los que luchan porque lo sagrado deje de asaltarse y quemarse para la ceniza del oro de los amos.

    ¿Qué lugar ocupamos los seres humanos en todo ello?

    En primer lugar, definiría "ser humano". Para mí no es nada. Ciudadano, tampoco. El idioma de todas las naciones humanas está preñado, cada vez más, de sonidos que enuncian realidades que no existen, para encadenarnos y tornarnos dementes, al servicio de una realidad, la que soporta la mayoría de la gente, la del "soy...", la del "somos...". Uno dice "soy cartero". Otro dice: "soy obrero". La de allí dice: "soy política". No importa lo que se es, en el reino natural verdadero, el libre, sino lo que se hace. Importa el hecho. Es lo que hemos olvidado y nos han enseñado lo contrario. Para la inutilidad del individuo y que no se conforme nunca grupo y seamos peligrosos al amo. El caballo come hierba, el caballo galopa, o piensa en el río y se acerca al río. Realiza hechos. En lo natural real nadie se detiene a pensar qué es, porque no importa. Como mucho -y mejor- si siente qué son es en amplio, el árbol sabe ser bosque, y el caballo sabe ser prado. Entonces el humano analiza al otro más por lo que dice, por lo que dice que es y también qué hace, más que por la comprobación de sus hechos verdaderos. Esto es lo que genera todas las estafas morales y entuertos. Ahí está la política, son humanos que dicen cosas y luego si los hechos no se ven, de lo que dijeron que harían con sus bocas, no pasa nada, porque lo que queda es lo que dijo, lo que dice, lo que dirá. Los humanos son para mí, hoy más que nunca, estatuarios, como digo y así lo describo en el poemario. Yeso dormido que escucha y toma conciencia de las cosas al oído de las voces que le llegan, por eso maltratan tanto a los perros, a los gatos que sufren las calles, porque son animales que no se pliegan a la estafa del teatro humano, el gato es un cúmulo de hechos, que ponen nervioso al angelito que mea en la fuente eternamente, que es el humano, y por eso, como la vaca que inocente con la cola se quita las moscas, el humano hiere, es un guiñol frustrado, cada vez más a merced de la otra estafa, la de la ciencia médica mental, para que, como Orwell mostró en 1984, le den el vasito con el líquido de la calma, una calma falsa de todo punto. Todo el orbe en llamas, lleno de tanques y aviones avanzando, guerras y desastres, y tu vecino leyendo el periódico, haciendo un crucigrama y hablando de política, o de fútbol, también de realities, ahora están de moda porque desde la quietud entretiene a los muertos el paso danzarín de los guiñoles televisivos.

    Tu poemario tiene un largo título; creo que ello es ya una declaración de intenciones, que no das demasiada importancia a los posibles reseñadores y citadores de tu libro, pero que sí te interesa especialmente que quede bien claro, desde el principio, qué es lo que contiene ese libro dentro. ¿Es así, tengo razón, o es otra la casusa e intención de ese largo título?

    Normalmente pongo mucha atención al título de los libros, por ejemplo, el último poemario en que ando (y ya desde más de una década), muy relevante en mi trayectoria activista de la palabra viva, se llama La Bella Revolución. Ya ves que siempre mis títulos son buenos embajadores, como bien dices, de lo que llega tras ellos, con ellos. En La Bella Revolución hablo de un futuro legítimo moralmente, según la ley natural -la humana nunca lo dará por bueno- en que muchas manos abran todas las jaulas donde los animales no humanos sufren esclavitud, soy vegano hace 25 años, en mis hechos está el no ser Demanda de vidas para el sustento de la mía, en mí y en muchos más, cada vez más, se ve la posibilidad ética de poder alimentarse sin que nadie muera, es más, dando una esperanza a esta tierra porque el veganismo permite que los terrenos cultivables se repartan de verdad, no es devastador como la industria de la explotación animal. Pasé por todas las luchas, desde muy joven me comprometí contra la opresión. Jamás fui machista, jamás fui racista. Siempre reprendí a quienes lo eran. Creo que la culminación del ver con equidad, con una ética que merezca la pena nombrarla en una boca sin que se eche a reír la dignidad, es el respeto a todos los pueblos naturales, aquí los animales no humanos y lo que llaman el medio ambiente. Los fusiladores del título somos todos en tanto que sigan cayendo de espaldas contra los paredones de nuestras casas y avenidas, a cada segundo, las víctimas de los fusilamientos naturalizados y no vistos, pero sabidos. Cuando abres los ojos a la palabra ética como merece nombrarse, como digo en algunos versos de Es tan culpable..., ves en tu misma habitación, te llega el olor de los movimientos, las torturas, las capturas y el sabor de la sangre de los muertos por ser homosexuales en Chechenia, les disparan al lado del armario de tu dormitorio, allí mismo, a tu lado, mientras tú asistes atónito sentado en la cama; entro al baño y veo al matarife de los mataderos de animales naturalizados cortándole la pata a un caballo colgado boca abajo, lo veo, así lo describo en mi obra. Ser consciente de la unidad de lo bello y de la unidad de lo horrible, te hace sostener un tesoro que te mata de dolor y que a la vez te llena de esperanza: porque dices, como el niño que descubre un juego nuevo con el que eternizar la tarde: bueno, yo ya sé por qué vivimos atormentados, por qué este mundo es un lugar terrible y sé cómo podría remediarse todo. El paso siguiente es el más difícil. Avisar a los vecinos de que el pueblo está ardiendo cuando no ven las llamas. 

    En el poemario hay cinco secciones numeradas y una última sin numerar denominada CIFRAS, en la que introduces retazos de textos reales extraídos de las redes sociales; ¿qué función juega cada sección respecto a la totalidad del poemario?

    Las cifras que nombras son, con notable importancia en la urgencia de mi mirada, las de los animales no humanos muertos por segundo en este mundo: se concuerda el cálculo de 3.000, la cifra es muy superior, si a los animales mal llamados de granja y consumo, le añadimos los que mueren por ese crimen que palmean los jueces de eso que llaman deporte y se llama caza (sí, estoy hablando de un cúmulo de seres vivos denominado civilización), así como los que se asesinan en rituales cruentos y ridículos. Una vez, una amiga activista animalista me dijo que en Algemesí, cuando llegan las fiestas y se producen las llamadas becerradas, su pueblo huele, realmente, intensamente, a sangre... Por esto sitúan los Dachaus de los animales no humanos lejos de los núcleos urbanos, el holocausto animal, la naturalización de la crueldad como norma de vida en el humano es algo que jamás entenderé. Porque es sencillo, yo ahora te digo: soy vegano y estoy sano, hay dos opciones: comer matando vidas o comer sin matar a nadie. Si tú dices: yo prefiero comer siguiendo matando vidas, entonces ¿ante qué clase de seres estamos? La mayoría de la gente te contesta eso. Las secciones en el libro son como habitáculos de esta gran casa, una casa que parece vacía, abandonada, que es inmensa, que parece que recorremos en una película de terror y que no sabes nunca qué encontrarás en cada habitación porque todo se consiente, siempre y cuando sea aceptado por una mayoría epocal. Una misma casa, una misma familia, millones de muertos de la noche a la mañana y mientras desayunamos, los gritos suenan a nuestra oreja cuando decimos hasta luego, al salir al trabajo; las huellas de los zapatos marcando sangre en el suelo, sangre roja de los vivos y sangre azul del mar, que lo estamos matando también; y de los cielos, muerte, muertos, amigos, hermanas, aquí, ahora.

    La selección de fragmentos reales es un modo sugerente de hacer poesía, ¿usas esa posibilidad a menudo en tu escritura?

    Totalmente. Cuando conocí al poeta anarquista Jesús Lizano, me reafirmé en mi concepto del ser poeta. Jesús era un animal verdadero. Como la cebra es cebra, él era poeta, de los pies a la cabeza, no era ciudadano, no era español. No era ni poeta, era poesía, y ni eso era, es memoria bella, residuo hermoso. Total, que todo lo que aquí hay es esquirlas y trozos grandes de un gran poema, en el que somos versos. ¡Y cuán grande formar parte de este poema! Bajo el sol de lo vivo. Cuando Neruda, en su poema "Ven a nacer conmigo hermano", conmina a los muertos a que suban a lo alto de lo iluminado con él, llama a lo ancestral y a lo que murió sin levantar el puño, o a los que iniciaron el descenso con el puño en alto y entre rocas quedan ahora pétreos, el poeta con su canto es capaz de hacer sentir de nuevo a los muertos. La poesía como la creía Celaya y Hernández, como herramienta redentora y transformadora. Todo lo que veo es materia poética, por eso me gusta introducir textos completos en según qué poema o momento del libro, algo que alguien dice en la tele, que leo en una revista. Se ama la cosa con el poema y el poema es cosa. ¡Ah, si esto se enseñase en las escuelas en lugar de decirles a los niños que distingan bien o no aprobarán el examen!

    Desde luego, la vida vegetal, animal, humana y social son, como hemos visto, ejes esenciales de esta obra, pero hay otro, creo, para mí esencial, el tiempo, su paso ineludible y transformador, y la memoria, ¿es así o estoy equivocado?

    Para mí el tiempo y la memoria son fundamentales. En mi discurso poético la Memoria con M mayúscula es esencial. Hablo de retornar, en un retorno físico y mental, más mental porque si lo mental no se produce no se mueven los pies, ni el mundo. Ahora me pongo a pensar y muevo los recuerdos y sonrío, con un tanto de dolor de estómago y alegría, y añoranzas, y tristezas. En la memoria está todo. Todas las respuestas. Digo que no hay futuro y pasado, digo que vivimos un único día con ilusión de soles y estrellas. Un único día que podemos hacerlo o una fiesta o una matanza. Hay un poema que escribí para el animalismo que se titula "Yo soy millones", en que describo que puedo asumir la lucha con fuerza y sin declinar porque siento las dignidades de todas y todos los que se han ido sin entender sus torturas y muertes tan dolorosas y llenas de odio por sus ejecutores, esos caballos, esas vacas, esos niños que corren lentamente entre cascotes y ceniza de las guerras -que ya no piensan, ya no están, ya los mataron-, están en mí ahora y cuando pienso y escribo, y tecleo con rapidez, en ese único momento, y me susurran, a millares : "Dilo, cuéntalo, que lo sepan... es sencillo". Eso me dicen todas y todos mientras los demás que se dicen vivos, como yo, que me creo también vivo, miran sus relojes mover las manillas y creen en el paso del tiempo y, por tanto, en el dejar atrás lo feo. Lo feo queda y nunca se va, esa es la gran noticia, porque esta es la única jornada que tenemos y podemos hacerla, como digo, feliz para todos o convertir esta jornada en un baile de máscaras que culmina al llegar la noche en un esperpento falso de funeral, en la que la voz del cura, ese otro estafador, habla de los cielos y de los ángeles. Los curas también miran los relojes, son unos grandes actores, una función muy bien hecha, sí señor. Yo quiero salir de este teatro.

    Hay un poema con el que conecto especialmente, que como hemos visto, justifica el título mismo del libro, que pone sobre el tapete uno de mis más sentidos convencimientos como escritor y persona, “Los cazadores somos todos”. “Si escuchas un disparo, cierras los ojos y sigues caminando”, escribes, eres tan culpable como el que ha apretado el gatillo; eso trasladado a todos los órdenes de nuestra vida social. ¿No es esa, al fin, nuestra función como escritores, además de como personas? No ser cómplices de los ‘fusiladores’.

    Del todo. En esta penitenciaría abierta en que se ha convertido la mítica cueva de Platón, hay chivatos de los carceleros y estos se chivan al jefe de la prisión, y los jefes de las penitenciarías se reúnen en un mausoleo frío y húmedo llamado las Naciones Unidas, allí hablan de todos nosotros y van regulando nuestra vida en las prisiones del mundo y las fechas del calendario en que los presos votarán a sus mejores jefes de prisión. Con "Es tan culpable el que canta para no oír a los fusiladores que los fusiladores" describo a la triste hora de comer, aquí en la trena, todos vestidos de gris, lo que pasa. Me dicen: "¡Si eso sólo lo ves tú! ¡Somos libres! ¡Tenemos la ventana!" Y, con cruces de miradas cómplices, los presos despiertos nos pasamos notas -en forma de poemas, para que no nos cacen- con los que estamos preparando la liberación, primero saldremos nosotros y luego ayudaremos a los demás. En este país siguen produciéndose torturas públicas de animales, es fácil de entender que, como yo afirmo, cada día que pase en que estas sigan produciéndose, todos somos culpables de ese hecho, porque no lo interrumpimos con la marabunta de nuestros cuerpos. Y así, en todo. En los bosques se oyen disparos. No basta con ir a denunciar, además, porque ya dije que el deporte de la caza es legal, hay que internarse en el campo y bajar el fusil al cazador o colocarse entre la presa y él, a ver qué decide. Sin actos de ese calado, tan rompedores, tan rotundos, ya, hoy o nunca, no merecemos la vida en esta tierra y, si no realizamos actos buenos, seremos cómplices de los actos y hechos horrendos.

    Finalmente, Ángel, me impresiona tu capacidad para hablar desde la “animalidad”, desde esa profundísima “humanidad animal” que te caracteriza; ¿cuándo viste, por primera vez, en ti el animal que somos?; ¿cuándo atravesaste, por así decirlo, por primera vez, el espejo del simio? ¿Qué sentiste en ese momento? ¿Lo recuerdas?

    Me estremece tu pregunta porque la he sentido en toda mi piel y espíritu. Al inicio dijiste que la crítica me sitúa en el movimiento contemporáneo artístico del Eco-art, porque mi obra realmente se sitúa en ese ámbito, en su defensa, también se me asigna a la poesía de la conciencia crítica, por mi insumisión, porque no me embeleso en narrar bonitamente, como hacen otros poetas, lo que ven mis ojos blandamente a mi alrededor y en mis sentimientos más pobres, los de las afecciones, tristeza, ira, rabia, cosa personal, todo eso no me importa, aquello que no contiene rápidos universales me aburre y creo, hoy, que el arte por el arte es una traición porque todo artista que se precie de serlo ya ha de venir congénito iracundo contra el mundo, airado, enfermo de esperanza y de confrontación contra los que están matando deliberadamente los espacios y los universos creativos, para volvernos a todos más tontos y domables. Decía, sobre esta poesía de la conciencia, que hasta en ella, llena de insumisos, soy, así lo reconocen, una rara avis, porque reconozco como hermanas y hermanos míos, pueblo mío, a los no humanos, y digo que todos somos animales. Y digo que, en tanto no afirmemos eso en voz alta y nos sintamos ridículos con ropas y calcetines y carné de identidad, viviremos muriendo y matando. La misma Ruth Miguel Franco en el Congreso que se realizó en 2009 en Padova sobre nuevas voces comprometidas y nuevas corrientes literarias en Europa, dice de mí que hasta entre los más disconformes, soy mucho más disconforme. Y es porque mis compañeros poetas, a quienes admiro y quiero, siguen situándose -no todos, afortunadamente- entre los humanos como en el núcleo y la solución del problema, o sea el mundo a arreglar sólo el mundo humano, separando éste del otro -otro para ellos-, el mundo animal. Y sólo hay un único mundo, el mundo animal. Donde estamos situados, pero vestidos, fétidamente ridículos en una función aprendida a la fuerza desde niños, cuando nos dijeron: “Tu papel es el del ser inteligente y razonador", y nos inocularon molecularmente la noción de que nuestra función es luchar por lo nuestro, lo humano; y lo otro es accesorio o poco importante, tanto al pensarlo, como al contemplar lo que ocurre con lo no humano. Las plazas, los firmamentos, los bosques abatidos por gigantes grúas, en este segundo y al siguiente, en todo el mundo, sin que nadie se interponga -sí, se interponen algunas tribus, y las aniquilan-. Lo animal, hasta que no llegue de vuelta lo animal, viviremos en una farsa de vida muerta. Yo descubrí que era un animal cuando, de pequeño, viví un día a día de maltrato por mi padre, éramos siete hermanos, cuatro hermanos y tres hermanas. Todos los días mi padre venía del trabajo y con cualquier excusa comenzaba a gritar a mi madre, a nosotros, nos castigaba sin razón alguna y nos golpeaba a todos. Mi constante recuerdo de todos esos días es verme a mí, con mi cuerpo de niño pequeño, en el suelo, en un mar de cuerpos, caíamos al suelo los niños intentando parar los brazos de mi padre golpeando a mi madre, una marea de gente, y el perro que vivía con nosotros ladraba, ahora mismo lo escucho, en este día único, Lagun se llamaba, se llama, ningún vecino vino nunca a tocar a la puerta, a ver qué pasaba, cuando los gritos salían del edificio brutalmente, por todo el barrio, con nuestra petición de ayuda. Lagun sí pedía auxilio para nosotros. Los perros conocen la fraternidad que los humanos ya no conocemos. Desde esos instantes, supe que yo no era como los demás, no quería serlo. Porque esos demás traicionan, no toman partido, no realizan hechos. Desearía tener de nuevo ante mí a mi perro Lagun para compartir memoria, sus ojos dirían lo mismo que dicen los míos ahora, son los mismos ojos cansados, tristes y aturdidos, de almas que no entienden cómo entre tantos gritos en ese poblado nadie acudía a ver qué pasaba, y todos caminaban, caminan aún, a sus cosas, como si nada pasara.

    No obstante el libro denunciando la quietud cómplice a la vez anuncia una nueva era de luchas. En el poema "El último adiós del perro" éste advierte al humano que lo acaba de abandonar: "Te vas/ y así me dejas/ Muy bien/ ¿Entendiste el canto?/ Te perseguiré por las noches"

    Subir