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Antiguos alumnos del antiguo Colegio Carmelitas celebran su fiesta anual

    Al calor del reencuentro, los que fuimos niños hace más de medio siglo y jugamos y crecimos juntos en el antiguo Colegio de los Carmelitas, hemos vuelto a dar vida, en una comida de hermandad, a los lugares y personajes que siempre formaran parte de nuestras vidas.

    Al calor del halo mágico de reunirnos de nuevo, gracias a la buena voluntad de José Luis Sabater que dedica horas a localizar y recordar a todos la cita anual, en nuestras mentes pide paso de nuevo el padre Leopoldo que nosotros veíamos tan mayor, tan poderoso, tan inteligente, tan disciplinado y que lo era todo menos mayor ya que acabada de salir de su ordenación sacerdotal.

    A su lado resurge de nuevo Don José “El Pipa”, serio, con la vara en la mano que imponía silencio y orden en las aulas y dejaba en las escupideras los desechos que la nicotina acumulaba en sus pulmones.

    Con ellos estaban el padre Efrén, el padre Alejandro, el padre Wenceslao, el padre Domingo, el hermano José Luis y tantos encargados de perdonar nuestros pecados y llenar de conocimientos a aquellos niños que de memoria recitaban los afluentes del Ebro, las capitales de Europa, los accidentes geográficos… y sabían muy poco de debate, de análisis y de crítica.

    Con ellos fuimos cada día a la Iglesia a escuchar la misa diaria. Salimos en procesión, acudimos a los actos religiosos y en ellos desde el coro, hemos vuelto a oír la voz de Arturo entonando la Salve Regina o cantos gregorianos.

    Al menos una vez cada año, con ellos, íbamos de excursión en un autobús privado que solo sabía ir al Desierto de las Palmas pasando por las Bodegas Carmelitanas de Benicasim. A la vuelta nos traíamos una experiencia común, una botella pequeña de licor carmelitano y algún rosario para las madres.

    Cuando fuimos niños, todos hemos rezado ante la imagen de San José que preside la Iglesia y hemos suplicado el apoyo de la Virgen para que en el Instituto Ribalta no nos suspendieran el curso cuando íbamos a examinarnos a Castellón. La Virgen con el niño en brazos y el azul celeste detrás, escuchaba nuestras súplicas y nuestros inocentes pecados que solíamos lavar recitándolos a la carrerilla a algún cura mayor que todos sabíamos que, medio dormido, no hacia preguntas y nos daba su bendición: “Ego te absolvo a pecatus tuus, in nomine Patri, et Filio et Espiritu Santo”, con dos padre nuestros y un ave María como penitencia.

    Nuestros pecados eran haber reñido con los compañeros, haber soltado alguna palabrota, haber detenido la mirada en las nalgas de alguna niña o haber cometido alguna travesura en casa por la que ya habíamos sufrido la correspondiente penitencia paterna.

    Con el encuentro, hemos revivido aquellos acalorados partidos de futbol que nos apasionaban en el recreo y al acabar las clases. Volvíamos a la realidad cuando al regresar a casa la madre decía: Mira com vens. Tot suat i brut. Mare de Deu! … i les sabates trencades. No guanyarem per a sabates. Dema no mes acabes la clase et vullc açi a casa en seguida.

    Fueron tiempos duros, de dura disciplina, que nos pertenecen, en los que la guardia civil, con sus dos manos como único material de investigación, lograba que cualquier sospechoso se declarara culpable, bien porque lo fuera o para dejar de seguir probando la medicina que le daban.

    Fueron también tiempos de historias que nos contaban nuestros abuelos: Una vez Dios se dirigió a un hombre para transmitirle un mensaje. El hombre despreciando la voz divina le dijo “Anda” y Dios irritado le contestó: “Tu sí andarás por los siglos de los siglos”. El hombre cumpliendo el castigo divino deambuló a partir de ese día por el mundo descalzo y con los zapatos de esparto atados a su cinturón para que no se estropeasen. Muchas personas que se levantaban pronto daban fe de que habían visto a aquel hombre que era conocido con el nombre de Anda.

    Con nosotros, los lugares y los personajes de nuestra infancia permanecerán vivos para siempre. Con nosotros, con el encuentro, han renacido de nuevo con toda su fuerza: El padre Leopoldo, Don José, el padre Wenceslao (primo del pintor Porcar y muy aficionado al coñac -según nos contó Roberto- a quien el médico recomendaba no tomarlo y él contestaba: Será malo para el hígado, pero ¡es tan bueno para todo lo demás! ... Es el transcurrir de la vida que nos acerca a otras personas, nos las aparta y nos las vuelve a acercar de nuevo.

    El próximo año Vicente Franch (el de la anécdota del árbol de las cerezas del bien y del mal que Vicent nos contó con verbo divertido), se encargará de convocarnos de nuevo y volverán a renacer historias en un día mágico que pocos están dispuestos a perderse aunque tengan que desplazarse viniendo desde Murcia, como hace cada año Ramón Ventura.

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