Dos meses después el merendero Sirena permanece en el Arenal a causa de una decisión judicial

Dos meses después de que se terminara la campaña estival en el Arenal, y se desmontaran los bares y chiringuitos que cada verano se instalan junto a la playa, el merendero Sirena permanece montado todavía, aunque medio derrumbado, a causa de las rachas de viento que se produjeron el pasado día 21 de octubre, fecha en la que se tambaleó la lámpara gigante del proyecto de peatonalización de la Mercè, más conocida como el ovni, que obligó a retirarla, y que todavía están estudiando de qué modo van a colocarla.

El motivo por el que continua instalado ese merendero, explicó el concejal de vía pública y poblados marítimos, Pedro Sancerni, es una decisión judicial que impide que el Ayuntamiento ejercite la orden para desmontar, como ya hicieran el resto de locales a principios de septiembre. Por la información que maneja el consistorio, explicó el edil, este verano uno de los dos socios del merendero demandó al otro ante los tribunales lo que determinó que un juez cerrara el local y lo precintara, incluso antes de finalizar la temporada.

El hecho es que el local se ha venido abajo y está siendo frecuentado por transeúntes, que incluso han llegado a pernoctar en su interior. En este sentido Sancerni explicó que tanto la Guardia Civil como la Policía Local tienen la orden de patrullar diariamente por las inmediaciones del merendero, pues inicialmente en su interior habían enseres propios de la actividad, aunque a estas alturas las paredes están desvencijadas y por dentro, tal y como se puede apreciar desde el exterior, reina el desorden, tras pasar por allí varias personas.

No es este el primer caso en el que una autorización o resolución judicial impide actuar directamente a la administración local. Ahí tenemos el caso cotidiano de los coches abandonados en la vía pública que sólo pueden ser retirados después de una larga tramitación.

Otro caso sangrante se vivió en la ciudad a principios de los noventa. Dos barcos, el Litri y el Cala Ego, debido a un proceso judicial, por problemas financieros de sus armadores, permanecieron durante más de tres años atracados al muelle de levante del puerto hasta que la propia oxidación del casco hizo que se hundieran en el interior de la ensenada. Reflotarlos costó un dineral y fueron conducidos dos millas y media mar adentro para ser hundidos de nuevo a fin de crear un arrecife artificial. Hoy en día, esos dos barcos, situados a 21 metros de profundidad, forman uno de los pecios más famosos del litoral castellonense, continuamente frecuentado por buceadores.