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"Blayet" y el Sagrado Corazón de Jesús

"Blayet" y el Sagrado Corazón de Jesús
    Al campanario de Burriana también se le conoce por el sobrenombre de “El Templat”; término acuñado tras su reconstrucción, que finalizó en 1945, dado que fue dinamitado por el ejercito Republicano, que se batía en retirada, el 5 de julio de 1938. Se trata de un término que apenas se emplea, o al menos no como “El Fadrí”, que mimetiza plenamente la torre-campanario de Castellón. En Burriana es más común denominar a la torre “El Campanar”,  antes que identificarla como “El Templat”.

    En 1916, el Mestre en Gay Saber, José Calzada Carbó, autor de la letra del himno de Burriana, cuya partitura escribió el director de la Banda Filarmónica, José María Ibáñez, (ambos dan nombre en la actualidad a la avenida que discurre junto al río Anna), lanzó una propuesta. Este destacado poeta, que recibió el Premio Nacional de Teatro Álvarez Quintero en 1954, fue miembro fundador de la Agrupación Científico-Artístico-Literaria “La Grillera” que dio un notable auge cultural a la ciudad a partir de 1900, y llegó a hacerse famosa más allá de las fronteras provinciales. A ella pertenecían Joaquín y Pedro Echevarría, Vicente Marco Miranda, Juan Bautista Tejedo “Batistet el Bessó”, Manuel Peris Fuentes, Rafael Solá, José Cantos Olleta, y el propio Calzada, entre otros. Este grupo de hombres acuño buena parte de los dichos e ingeniosidades, que todavía hoy se repiten para exteriorizar el orgullo patrio, como aquel admirable verso de Batistet: “Civis romanus sum… Soc de Burriana”.

    Pues bien, en 1916, José Calzada, sugería en un semanario lo siguiente:

         “Hemos atravesado la vega subidos en el imperial de un vagón, en un atardecer luminoso, cuando la crestería de la sierra parece, al sol del ocaso, el torso fulgente de un dragón de metálicas escamas (…)

         A medida que nos acercamos al término de nuestro viaje, el conjunto de nuestra ciudad se ensancha, crece rápidamente. Los colores se matizan y aclaran: el gris terroso, es siena; el gris perla, es blanco; lo que era blanco es la mancha de un enjabelgado reflejando como un espejo los postreros rayos de sol que muere. Y sobre todo el caserío, como en el centro de un rebaño un pastor, se levanta la mole del campanario, que a cierta distancia tiene la figura de un Monarca, tal como nos lo legaron los primitivos en los polvorientos retablos. Forma cuadrada, dura en sus líneas; las cuencas de sus pupilas – los arcos de las campanas –, sin expresión; la boca – el reloj –, de un dibujo infantil, y la corona, con sus puntas berroqueñas, aquellas coronas de hierro de las efigies de estilo románico…

         En torno de él reina el incógnito. Los viajeros que a diario cruzan la Plana llevados en alas de las raudas locomotoras, se asoman para ver a Burriana, cuyo nombre, escrito en papel satinado, llega de Polo a Polo, y el que les manda el lejano saludo es un gigante pétreo que, como los fantasmas, no tiene nombre. Nadie sabe como le llaman, y el saludo queda sin contestar, como rosal que vive sin florecer nunca.

         ¿No podríamos bautizarlo, amigos míos? ¿No podrías darle un nombre, tú, ¡oh, pueblo locuaz y fantasioso!, que se lo pones a todo cuanto hiere tu imaginación?

         Sobre la ciudad del Turia vela otro campanario igual al nuestro, puesto bajo la advocación de San Miguel, y el nombre de Micalet es popular en España. Ahí en la ciudad Condal, amplia, gruesa, noble en su actitud, se levanta la Tomasa. En las márgenes del Betis, bajo el eterno añil del cielo sevillano, sueña una maravilla arquitectónica, en cuyo remate un ángel de bronce gira a impulso de la brisa; de ahí el nombre de Giralda.

         ¿A qué seguir rebuscando torres bautizadas?... La vaguedad de lo innominado quita poesía al sujeto.

         Nuestro campanario, aún cuando no sea más que para nosotros mismos, debería tener un nombre, una cédula de filiación, para hacerlo más nuestro, para llevarlo dentro de nuestro espíritu cuando, al llegar los primeros fríos, salimos de la ciudad como bando de golondrinas y nos desparramamos más allá del Turia. Nuestro amor a la ciudad que nos abriga no ha de ser mayor, pero en los labios habrá una nueva miel, cuando el que esté en vísperas de regresar diga con ojos lucientes:

         - Voy a ver de nuevo a…
         ¿A quién? ¿Qué nombre le pondremos?
         No he cuidado de saber si el campanario está bajo la advocación de algún Santo, pero tenemos uno en casa, conocido y popular en toda la región…
         A la vóra del riu t’han fet l’ermita
         Y a fe qu’es una ermita de primera…

    como le cantó el poeta.

         San Blas, patrón de Burriana, divino doctor para cuanto atañe a la laringe…

         San Blay, cuyo nombre suena en casa de Burrianero, entre besos de la madre y riñas paternales… ¡Blayet! Dulce diminutivo, que es sonoro y blando como una canción de añoranza.

         ¡Blayet! He aquí el nombre.

         Si os proponéis hacerlo popular sólo cuesta un poco de buena voluntad y de cháchara. Luego, al arraigarse en la imaginación popular, lo llevaremos a través de la Plana y a través de las olas, y si en tierras lejanas cruzamos nuestro camino con un valenciano que nos diga, orgulloso de su torre:

         - ¡Recuerdos del Micalet! Le contestamos con dobles ínfulas:
         - ¡Gracias en nombre de Blayet!

         Y Blayet, a nuestra llegada, hará sonar más intensa y alegremente, las campanas grises que se cobijan bajo su cráneo coronado…”

    Al hilo del campanar, o Blayet, como diría el poeta, cabe destacar una anécdota, y es que la llegada el 14 de abril de 1931 de la Segunda República frustró una iniciativa para instalar sobre el campanario un gran monumento dedicado al Sagrado Corazón de Jesús, lo cual hubiera conferido al campanario un aspecto aproximado a la torre de Alcalá de Xivert.

    Durante toda la dictadura militar del General Miguel Primo de Rivera, y la llamada Dictadura corta, entre enero de 1930 hasta la proclamación de la Segunda República, la ciudad se contagió de un extenso fervor religioso, favorecido por el propio poder político, que no escatimaba medios para dar mayor realce a acontecimientos como la inauguración y bendición de la iglesia de San José de los Padres Carmelitas el 12 de abril de 1929; la bendición ese mismo mes de la bandera de la Congregación de María Inmaculada y San Luis Gonzaga, que presidía Bautista Soler Martí (jefe provincial de los tradicionalistas), quien un año más tarde sería nombrado alcalde. También empezó a gestarse la Cofradía del Santo Sepulcro, cuyos cofrades salieron por primera vez en procesión en abril de 1930.

    Enmedio de este fervor al que aludíamos, el Diario de Castellón del 2 de febrero de 1930 publicaba la siguiente noticia:

    BURRIANA ERIGIRÁ UN MONUMENTO AL CORAZÓN DE JESÚS

    Es un hecho ya la constitución de un comité organizador compuesto de personas de la más alta significación social y espléndida situación económica, nacida del seno de la Asociación de Caballeros del Sagrado Corazón de Jesús, para levantar un soberbio monumento a su santo titular sobre la esbelta y elevada torre de nuestra ciudad.
         La idea que fue lanzada para el dominio público, ayer corrió como reguero de pólvora por nuestra población, entusiasmando a las gentes, deseando todos que la idea se convierta pronto en inspirado proyecto e inmediatamente en tangible realidad.
         Al conocer la noticia nos pusimos al habla con uno de los organizadores, manifestándonos dicho señor que el proyectado monumento será costeado por suscripción popular y es que es deseo de todos que el monumento sea una verdadera obra de arte y que su tamaño guarde relación con la torre de nuestro campanario, al que le ha de servir de base y pedestal.
         – Entonces, deberá tener lo menos diez metros de altura la figura que se proyecta levantar – le dijimos.
         – En cuanto a eso los técnicos dirán; yo sólo puedo decir que haremos todo cuanto sea necesario para que la obra resulte digna de Burriana y que esté a tono del enorme cariño que nuestro pueblo siente por el Sagrado Corazón de Jesús.
         – ¿Qué tiempo tardará en convertirse en realidad lo que me indica?
         – No le puedo precisar pero puedo anticiparle que el indispensable para tramitar el asunto y disponer de lo que pueda hacer falta.
         – ¿Han comunicado la idea al señor Obispo?
         – Sí; primero que a nadie, y por cierto que se muestra entusiasmado de ver la obra y quiere a petición propia, ser el primero en contribuir al piadoso y noble gesto de los fieles burrianenses.
         – ¿No me puede facilitar hoy más noticias?
         – Ninguna más por hoy, pero tenga la seguridad de que a medida que vayamos avanzando en nuestras gestiones se las iré comunicando a fin de que las vayan conociendo todos sus lectores, y con ellos todas las personas de Burriana.
         Al dar esta interesante noticia, sinceramente deseamos que el cielo colme de gracias a las personas que componen esta agrupación para que puedan llevar a feliz término la tan hermosa obra proyectada”.

    De haberse levantado este monumento hubiera volado junto al campanario el 5 de Julio de 1938, cuando explotaron las 32 cajas de dinamita colocadas en el interior de la torre por un dinamitero mejicano de la 203 Brigada, 812 batallón, 2ª compañía, que se encontraba a las ordenes del comandante Francisco Gallego.

    Tampoco podremos saber, si de haberse construido el monumento al Sagrado Corazón de Jesús, y tras desaparecer junto al campanario, Mosén Elías Milián, Vicente Piqueres y Enrique Pecourt, lo hubieran incluido en la reconstrucción llevada a cabo tras la guerra civil.

    El 10 de noviembre de 1945 se puso la última piedra de la reconstrucción. El antiguo campanario fue construido por el cantero Bartolomé Bataller a mediados del siglo XIV como torre de la Casa de la Vila, separada totalmente de la iglesia, como ocurre con “El Fadrí”. En la primera mitad del siglo XVIII el campanario debió sufrir graves daños a consecuencia de un terremoto que obligó a derribar la sala de campanas gótica.

    La torre actual se levanta sobre una cota de 12 metros sobre el nivel del mar. Dispone de 230 escalones, de los cuales 44 todavía pertenecen a la fábrica gótica. Sobre su cima existe un vértice geodésico de tercer orden de 63’10 metros sobre el nivel del mar. La altura de las Campanas está situada a 38 metros. Su altura es de 51’10 metros, mientras que la del antiguo era de 46 metros. El diámetro interior de la actual torre es de 6 metros frente a los 2’5 del anterior, cuyas paredes eran de tres metros, frente al metro y medio que tienen las paredes actuales.

    comentarios 2 comentarios
    GRACIAS
    GRACIAS
    03/02/2009 12:02
    UNA BURRIANERA

    soy una burrianera que os sigue desde albacete todos los dias y tengo que dar las gracias con g mayuscula por todo este tipo de informacion tan maravilloso que nos ofreceis a traves de estas paginas y esta en concreto se merece un 10

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