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Los alumnos de bachillerato y los árboles que rodean el instituto no se quitan los ojos de encima

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    Los alumnos de 1º de bachillerato del instituto de Puçol inician su primera clase de cultura científica con un reconocimiento de los árboles que rodean el centro, en especial el Brachychiton, una especie que al perder las ramas deja unos “ojos” en el tronco. Ojos que estos alumnos han maquillado con ceras, a la vez que han trabajado en la reproducción de texturas del tronco. Desde hoy, mirarán a estos árboles de otra forma y, quién sabe… quizá los árboles tampoco les quiten los ojos de encima.

    Vicent Ribes es uno de esos profesores empeñados en que sus alumnos vivan experiencias que dejen huella en clase. Lleva unos años enseñándoles la ruta de las piedras por las calles del casco urbano de Puçol, para que sepan identificar los distintos tipos de materiales usados en la construcción de viviendas a lo largo de la historia.

    Hace un par de años también se planteó la ruta de los árboles, incluso ha llegado a catalogar todos los del instituto y ahora trabaja con los del parque Ribelles, aunque su proyecto con los alumnos es más ambicioso y confía en crear una detallada base de datos con todos los ejemplares de la población.

    Pero para llegar a ese grado de exigencia primero tiene que convencer a sus alumnos de 1º de bachillerato para que se apunten a una asignatura llamada cultura científica, que forma parte de un lote de optativas en el que también pueden elegir anatomía aplicada y religión.

    Su mejor herramienta para ello son los comentarios de los alumnos que ya han trabajado en cursos anteriores en las rutas por las calles o los parques de Puçol, pero para los nuevos les ha preparado este año una primera clase especial: aprender a mirar de otra forma los árboles que hay en el entorno del instituto.

    Tras una breve introducción teórica, el aula al completo ha recorrido las calles que rodean el centro buscando cualquiera de las 31 especies que pertenecen al género del Brachychiton, un árbol con más de 50 millones de años según los fósiles encontrados en Nueva Zelanda.

    Una vez localizados, las caras de sorpresa eran evidentes: realmente parece que el tronco tenga ojos allá donde ha perdido ramas, por lo que acabar de maquillarlo para subrayar su “mirada” ha sido una tarea fácil y divertida. Además de la pintura de ojos, los alumnos han practicado una segunda técnica, el frottage, o lo que es lo mismo, frotar con ceras en un folio colocado sobre la corteza del árbol, para intentar transmitir las texturas del tronco.

    “Tenemos clases de campo los martes, en las que nos dedicamos a recoger materiales nuestros, y clases de laboratorio los jueves, para analizar esos materiales, catalogarlos e ir tomando decisiones”, explica Vicent. “Lo importante, al igual que otros grupos con la ruta de las piedras, es que los alumnos disfruten de la clase, porque entonces lo que aprenden se les queda grabado”.

    Y en este caso el objetivo está conseguido: estos alumnos al llegar al centro cada mañana no van a poder evitar la sensación de que algo o alguien no les quita los ojos de encima.

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