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Por Santiago Ríos
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De lo puro y de lo impuro

    Los judíos, como los antiguos pueblos orientales, consideraban "puro" todo lo que pertenecía al ámbito de lo sagrado y favorecía el culto a Dios. Consideraban que era «impuro" todo lo que se oponía a lo sagrado y aquello que pudiera suponer un obstáculo al culto.

    Esta distinción, sin embargo, no se trataba de la esfera moral de la persona, pero eran las condiciones necesarias para ser considerado o no apto para el culto y poder adorar y ser parte de la vida de la comunidad. Los leprosos estaban excluidos.

    En el libro de Levítico, el libro de la Biblia que está interesado en la vida religiosa del pueblo de Israel, hay una gran sección, contenida en los capítulos 11 a 15, enteramente dedicada a la distinción entre lo que es puro y lo que es impuro (que diríamos hoy, entre lo sagrado y lo profano).

    En esta sección se introduce la distinción entre los animales limpios, de los cuales se pueden alimentar, como ovejas, terneros, corderos y animales inmundos que está prohibido comer, como el camello y el cerdo y es considerado como una fuente de contaminación o impurezas, de la esfera asociada con el parto, el nacimiento, la muerte, las relaciones sexuales y las enfermedades, especialmente la lepra.

    Quién incurría en la impureza, originada en una de estas condiciones, antes de dedicarse a la adoración, tenía que someterse a ritos de purificación especiales, como lavarse en agua corriente u ofrecer un sacrificio de expiación.

    En los tiempos de Jesucristo estaba todavía en vigor, la distinción entre puro e impuro, con el apoyo de un grupo de fariseos. Pero el Nuevo Testamento nos enseña a dar primacía a la pureza interior, que tiene su centro en el corazón del hombre, donde se puede encontrar lo que realmente contamina su existencia. (Mt. 15, 10-20 y. Mc 7, 14-23). Incluso la primera comunidad cristiana, siguiendo el ejemplo de Jesús, daba prioridad a la pureza interna y la moralidad.

    ¿Y a que viene todo esto, se preguntarán?

    La semana pasada estuve en la capital del reino, visitando la feria “Fruit attraction”, en la que me encontré con muchas personas conocidas de Burriana, Alquerías, Bechí y La Vall d’Uixó, en los stands, promocionando sus productos agrícolas. A la salida, tomé al azar un periódico (saben que hace un par de años no consumo prensa). Al llegar al hotel me dispuse a hojearlo y ya en la primera página mis índices de indignación comenzaron a dispararse.

    Ildefonso Sánchez Barcoj, directivo que encabeza el ratking de gastos con las tarjetas B de Caja Madrid y Bankia y a su vez responsable máximo de su contabilidad, se presentó ante la Audiencia Nacional como víctima de la “explosión mediática”, argumentando que el casi medio millón de euros que recibió fue para “ayudarle a soportar los gastos derivados de su actividad”.

    Se supone que este directivo estaba cobrando un sueldo (puro) en prenda por su trabajo en la entidad y otro sueldo B (impuro) para poder soportar otros gastos. Gastos “impuros” como, retiradas en efectivo, gastos en clubes de golf (al no especificar nombres, debemos suponer que se trata de los derivados de la práctica del deporte, no de otro tipo de clubs), Faunia y salas de cine, entre otras partidas de ocio.

    La verdad es que no me salen las cuentas y más aún cuando leo el escrito que Ildefonso (le retiro el Don) le remite al juez Don Fernando Andreu, relatándole su penuria para intentar devolver los 484.200 euros gastados, antes de su integración en Bankia.

    También argumenta en el mentado escrito que es “rotundamente falso” que él sea el cerebro de este sistema corrupto de retribución y niega “haber intervenido en la creación de las tarjetas, en la oportunidad de su uso, en la determinación de las personas a las que habría de asignarse, en el límite económico anual y la forma con la que habrían de ser utilizadas”.

    El colmo de su desfachatez es cuando asegura que hace la devolución sin admitir culpa alguna, con una frase lapidaria (impura): “El traspaso de fondos tiene el carácter de pago de lo que, en realidad, no debo”. Y sigue: “Yo consideré que el uso que hice de la tarjeta estaba vinculado a la actividad que desarrollaba en la Entidad que me había facilitado, sin ser estricto en algunas disposiciones que podrían dedicarse a necesidades del momento y que yo siempre compensé con creces con fondos privativos”.

    Estos personajes, habituales consumidores de “misa y comunión diarias”, deberían tener en la mesilla de noche, un ejemplar de bolsillo de la Biblia y leer y releer el Levítico, el Evangelio según San Mateo y San Marcos y a posteriori, abrazados a la religión que exteriormente profesan, reflexionar sobre lo que es puro y lo que es impuro.

    Quizá me estoy equivocando, ya que ellos, como entes superiores, (por su designación política) tienen una versión interpretativa más avanzada, de la palabra de Dios.

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    comentarios 2 comentarios
    Juanvi
    Juanvi
    20/10/2014 07:10
    ¿Cuántos?

    Ya veremos cuántos de ellos devuelven el dinero y pagan su "impureza" Ninguno... o así.

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