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Por Santiago Ríos
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La navaja de afeitar

    Utensilios que hasta hace unos pocos años, eran de uso habitual en nuestros hogares, han pasado al oscurantismo total y en algunos casos a la desaparición absoluta.

    Los que ya tenemos una edad respetable y no es que las otras no lo sean, aún tenemos en la memoria los hornillos de carbón o de petróleo, el “carburero”, la palmatoria, el orinal, el brasero, el plumín, el tintero, el plumier, etc. y lo que ahora nos ocupa, la navaja de afeitar.

    La navaja de afeitar, es de aquellas cosas cuyo origen se pierden en la noche de los tiempos. En la Ilíada de Homero, cuando Néstor, en compañía de Ulises, despierta a Diomedes Tidida, a una observación que este hace, responde: “Si, hijo mío, oportuno es cuanto acabas de decir. Tengo hijos excelentes y muchos hombres que podrían ir a llamarlos, pero es muy grande el peligro en que se hallan los aqueos. En el filo de una navaja de afeitar están ahora la triste muerte y la salvación de todos.”

    Hasta que a finales del siglo XIX, el estadounidense King Camp Gillette inventó la primera maquinilla de afeitar que realmente proporcionaba seguridad y protección durante el afeitado y salvo en aquellos períodos en que la moda impuso la barba, más o menos cerrada, la navaja, tanto en las barberías como en los hogares, reinaba sin competencia ni restricciones.

    Había navaja que pasaba de padres a hijos. Se la cuidaba con mimo, sin permitir que nadie la utilizase más que su dueño, ni siquiera que la limpiaran otros. Antes más que ahora, porque los actuales artilugios permiten un afeitado más duradero, la primera operación del hombre al levantarse de la cama, era la de afeitarse. Este menester, por el riesgo que se corría de un corte, se hacía más cuidadosamente y exigía condiciones de luz, para colgar el espejo de mano y una buena dosis de tranquilidad que impidiera toda distracción que supusiera un infeliz desenlace.

    Muchas son las películas, de las de blanco y negro, en las que se veía a un hombre, generalmente en mangas de camisa (film americano) o con camiseta interior de tirantes (film italiano), con el rostro enjabonado y enarbolando una larga navaja que se pasaba por las mejillas, barba y bigote, haciendo muecas muchas veces, hasta conseguir el más completo rasurado.

    Casualmente siempre quedaba algo de jabón que el galán de turno retiraba con una limpia toalla blanca. Debo respetar que los productores de la época, consideraban más sensual esta forma de limpiarse los restos del afeitado que el enjuagarse la cara con agua limpia.

    Y nos llegó la “chilet” que es como aquí la llamábamos y con ella empezaron a desaparecer los espejitos de colgar y hasta la luz dejó de tener su importancia. Se le llegó a calificar como el invento más maravilloso para los torpes. De siempre ha habido dos castas de hombres: la de los habilidosos, detallistas y pulquérrimos y otra, la de los incapaces de clavar un clavo sin pillarse los dedos con el martillo, por lo que la “chilet” supuso para los torpes, la emancipación definitiva del barbero.

    En las barberías continuó siendo dueña y señora, la navaja de afeitar. Hoy a las nuevas generaciones, les puede resultar chocante que durante tantos siglos los hombres hemos sido sometidos todos los días, a que una mano ajena nos pasara por la cara, una finísima hoja, con el grave peligro de que nos pudiera cortar el pescuezo.

    Pero había algo más. No solo le rasuraban a uno la cara, se la pulverizaban con agua de colonia, le peinaban, después de haberle friccionado la cabeza, le cepillaban la chaqueta y le habían entretenido hablando de política, de toros o de futbol, mientras dejaba abandonada la vida en manos del barbero.

    Recuerdo con cariño y admiración la barbería del señor Enrique Gómez, en la calle Mayor, donde de pequeño iba a que me cortaran el pelo, mientras presenciaba a “los mayores” como eran afeitados por él o por su impoluto ayudante, Emilio.

    Para que se sitúen en el tiempo, en 1946, la ciudad de Burriana pasó por momentos de gran solemnidad, cuando su ilustre hijo, el sacerdote doctor don Vicente Enrique Tarancón, que había sido nombrado el año anterior, fue consagrado Obispo de Solsona. Era un período de la historia de nuestro país en que las películas americanas que se proyectaban en el cine, deslumbraban de tal modo que modificaron las costumbres y modos de vivir.

    Las emisoras, Radio Valencia y Radio Mediterráneo, las de mayor audiencia, emitían a partir de las 13 horas, hasta la medianoche, según programación estrictamente supervisada. Los teatros ofrecían comedias y espectáculos de variedades, pero lo que verdaderamente arrasaba era el “Teatre valencià” y en esto era el Teatro Alkazar de Valencia, con la compañía de Vicente Broseta Rosell, quien se llevaba la palma. “Carabasa m’han donat, Les chiques del entresuelo, La papeta bona, Els despistats, Quelo chufeta” y un larguísimo etcétera, hacían las delicias de los aguerridos habitantes de la región que iban a Valencia, “a pasar el día”. Si tiene curiosidad por conocer la biografía de este insigne actor valenciano, naveguen por internet y se sorprenderán.

    Es el preludio de la llegada a España, de las maquinitas eléctricas. Invento que revolucionó el afeitado masculino y con ellas comenzó el declive de la navaja de afeitar, de la barbería que pasó a ser simplemente peluquería, de las tertulias en “petit comité” y del agudo sonido de la campanilla de la puerta, cuando entraban los parroquianos o cuando desde la misma, sin traspasarla se oía la voz del limpiabotas ofreciendo sus servicios.

    Todo tiene su fin, pero siempre nos quedará la memoria. Con permiso del señor Alzheimer.

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    comentario 1 comentario
    Vigorhumus
    Vigorhumus
    28/06/2013 01:06
    Sobre el tema.

    No hace tanto tiempo los hombres que trabajaban en el campo solían ir el sábado o domingo a afeitarse a la barbería. Que más que una obligación, era pura devoción pues aprovechaban la espera para su tertulia semanal. También el afeitado a navaja era tradicional entre los exportadores de naranja cuando aprovechaban el fin de semana, que tenían que ir a Valencia para liquidar con los consignatarios ubicados allí, para afeitarse en la Capital ,para luego hacer tertulia entre ellos en Lauria o Balançá. De ahi viene el dicho tan conocido que nos convierte a todos los burrianeros en originales: "Els de Burriana s'afeiten en Valencia, mira tu si son chulos.

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