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El muro de Berlín cayó hacia los dos lados

    Hace poco más de un año, en febrero del 2015, en una de las raras intervenciones directamente ideológicas, el jefe del Gobierno - hoy en funciones -, Mariano Rajoy que siempre ha presumido de su pragmatismo y de representar al sentido común del hombre de la calle, defendió su política con la siguiente frase: “No podemos, volver a las ideas que fueron liquidadas cuando cayó el Muro de Berlín”.

    No era esa frase, un invento de Mariano Rajoy, porque Mariano no da para más. El vino a decir lo que había oído decir en su casa, en el PP, a José María Aznar y a Esperanza Aguirre.

    O sea que, no era la primera vez, que alguien vinculaba la gestión de la gran Crisis económica que asoló al mundo desde la mitad del 2007 con el fin del socialismo real y la caída del Muro de Berlín. Achacando la existencia y la extensión de la Gran Recesión a las políticas supuestamente de izquierdas en los que se alojaban los defensores de su icono más representativo.

    Es sin ninguna duda, una interpretación falsa de la realidad con la intención de desviar la atención, un falso culpable hitchokiano, pero mucho más, si se recuerda quien gobernaba en el mundo, quien mandaba entonces, en ese malhadado año del 2007, y en los siguientes, y quienes han gestionado de manera mayoritaria la crisis económica, que tienen poco que ver con las políticas de izquierdas, socialdemócratas, sino con las opuestas, las neoliberales y las neoconservadoras.

    “No se pueden vender duros, a cuatro pesetas”.

    Cuando estalló el escándalo de las hipotecas de alto riesgo en la segunda mitad del 2007, cuando quebró Lehman Brothers en un año después y el capitalismo asumió, por única vez, su principio moral de que cada palo a aguante su vida, y no acudió al rescate de ese banco de inversión, prácticamente todos los que mandaban en el mundo eran los correligionarios ideológicos del señor Rajoy. El presidente de EE.UU. era George W. Bush, un epígono menor de Ronald Reagan y figura representativa de los “neocons” de la Casa Blanca, a los que dejo hacer con pocos límites, en Alemania la canciller era Ángela Merkel, el estandarte de la “Austeridad” a ultranza como vacuna para curar los excesos de los países que habían vivido “por encima de sus posibilidades”.

    Tenían un principal aliado Nicolás Sarkozy, presidente de Francia en la Comisión Europea – como presidente de la misma – era el portugués José Manuel Durán Barroso, el anfitrión en las Azores de aquel trio siniestro (Georges W. Bush, Tony Blair y José María Aznar) que declaró unilateralmente la guerra a Irak, en contra de la muy mayoritaria opinión de los ciudadanos.

    En el Reino Unido gobernaban Tony Blair (1997 – 2010), y Gordon Brown (2007 – 2010), que solo con grandes tragaderas podían ser considerados laboristas clásicos, y cuya tercera vía era calificada por sus críticos más vitriólicos de “Thacherismo de rostro humano”.

    Estaba a punto de llegar al Palacio Chigi de Roma, sede del Gobierno italiano, el inefable Silvio Berlusconi, máximo representante de la desvergüenza política y conservador como todos los demás.

    La excepción que confirmaba la regla era el Presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero que, tres años después, hubo de cambiar dramáticamente su práctica política ante la insoportable presión que le llegó de Bruselas, Washington, Berlín y Fráncfort. En 2011 perdió estrepitosamente las elecciones.

    Hay quien ha señalado que, confrontando con un dilema Zapatero prefirió perder las elecciones y evitar un rescate a la economía española que Rajoy, su sucesor, no supo evitar aunque referido sólo al sector financiero. Seis meses después de la mayoría absoluta del Partido Popular, el nuevo presidente del gobierno se enfrentó al peor momento de la economía española, la prima de riesgo más elevada y la imposición por parte de Europa del rescate acotado al sector financiero un cuantioso préstamo que evidenciaba la incapacidad de España de hacer frente al problema por sí misma, acompañado de un conjunto de fuertes imposiciones recogidas en un memorando de intenciones, como se había hecho con Grecia y Portugal, que incluía medidas que el gobierno del PP venia negándose a implementar hasta ese momento, como la creación de un “Banco malo” que ayudara a dar salida al empacho del ladrillo que bloqueaba las cuentas de los bancos hasta situar a varios de ellos cerca de la quiebra.

    En los sondeos que se publicaban entonces (esto no ha cambiado) los encuestados concedían una importancia capital para su futuro cotidianos a las decisiones que tomaban los Bancos Centrales, pues la política monetaria ha devenido en la brigada de intervención inmediata de la política económica. Pues bien, al frente de la Reserva Federal estaba el republicano Ben Bernanke, y el gobernador del BCE era el enarca Jean-Claude Trichet, un funcionario muy conservador en cuyo currículo figuran multitud de colaboraciones profesionales con la derecha francesa. Nada que pudiese oler ni siquiera de modo remoto a izquierda ideológica.

    ¿ Ideas provenientes de lo que representaba el Muro de Berlín?. Todo lo contrario. Los que ejecutaban el poder eran los representantes máximos del establishment del neoliberalismo real.

    Y siendo eso así, a uno le es fácil comprender la ofensiva anti-socialista que los poderes económicos y financieros a través de los políticos corruptos, vendidos al gran capital, han venido y siguen desarrollando contra la socialdemocracia en todos los países de la Unión Europea.

    Lo que me es muy difícil entender, es la identificación con esas políticas contra la socialdemocracia de “fuerzas hipotéticamente de izquierda” como ha venido practicando Izquierda Unida, y de los “revolucionarios de Facebook” con las tonterías y el mal gusto que emplean.

    O las de “partidos emergentes” como Podemos, que con el populismo como bandera y un claro objetivo, favorecer a quien sea, aunque se llame Partido Popular, en tal de acabar con lo socialista en España.

    Estas características son hoy los dos factores a mi juicio, más desconcertantes de la conciencia de nuestro pueblo que impide la convergencia de la inmensa mayoría a favor del partido de la izquierda mayoritaria en nuestro país como es el PSOE.

    Obviamente, las tareas para superar esta situación requieren un gran esfuerzo de vinculación con los problemas reales de los españoles por parte del PSOE. De todos sus afiliados y dirigentes para alcanzar la unidad interna del Partido, en torno a un inequívoco “Programa de transformación de la sociedad”. Y una gran labor pedagógica dirigida a nuestro pueblo. Porque sin ello, no podremos salir de esta crisis que no es sola económica y social. “Es también la crisis de una deficiente conciencia de clase”.

    El Muro de Berlín, ha desaparecido pero da la impresión que aunque hayan caído trozos del Muro, hacia los dos lados. En ningún lado nos hemos enterado.

    En uno, los países que se llamaron del “Socialismo real” parece que no se han enterado. Y lo que crece es el nacionalismo extremo, la xenofobia y el neofascismo.

    Y hacia nuestro lado, los países occidentales parece que el objetivo sea más acabar con la socialdemocracia, que acabar con el desempleo, la desigualdad, la pobreza, y las miserias que supone el trabajar y cobrar 300 euros al mes, entre otras.

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