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Por María José Navarro
Picos Pardos - RSS

Pobre democracia

    Pobre democracia ésta en la que vivimos. Y pobre en muchos aspectos, pero el más importante es el de la carencia de esa educación democrática, basada en el respeto al otro. Respeto por las personas que piensan diferente a nosotras. Respeto por la diversidad de creencias, por la diversidad de identidades, por la diversidad de capacidades…

    Es triste ver como nuestra democracia se sustenta en una base tan precaria, fruto de una transición ligera y superficial, en la que el debate se quedó relegado y se optó por pasar página y barrer debajo de la alfombra de esta piel de toro todos los sentimientos que habían marcado nuestra historia con 40 años de sometimiento.

    Y lo peor es que, como no hemos aprendido a debatir, a buscar argumentos a nuestras ideas, preferimos quedarnos con ellas y mejor no escuchar lo que nos tengan que decir otras personas en contra, algo que enriquece y nos hace crecer. Y así nos va en todo, desprestigiando al que no opina igual, ya que no somos capaces de respetar las diferencias: véanse los dimes y diretes que llevan los defensores y detractores de alguna de las candidaturas del PSOE, y no estoy hablando de las altas esferas, hablo de las bases. Personas que reducen el debate a poco más que a sus preferencias, dejando de lado las políticas que uno u otro puedan desarrollar, pero eso sí, utilizando insultos de diferentes niveles para aquel o aquella que hasta hace unos meses era nuestro amigo, compañero o colega, pero ahora se ha convertido en nuestro enemigo/a, por haberse declinado hacia el candidato equivocado.

    Lamentablemente esto ocurre en todos los aspectos y hemos de ver cómo, en los centros escolares, que deberían ser lugar de profundo respeto por esa débil democracia que tenemos y donde se debería promocionar y cultivar con mucho mimo y tacto esa capacidad de entendimiento, se han dividido y enfrentado las familias y los profesionales de la educación en dos grupos: los partidarios de la jornada partida y los partidarios de la jornada continua, creándose duros enfrentamientos y situaciones nada ejemplarizantes para los verdaderos protagonistas de esta historia, que son, y así se debería entender, los niños y niñas que acuden a esos centros escolares y que, sin embargo, acaban siendo los grandes olvidados del debate.

    Lo peor de todo es que la propia Conselleria no contempla la participación de las familias en todo el proceso, algo que sería deseable si consideramos la importancia de lo tratado, reduciéndola solo a la fase final, en la que deberán elegir, en una consulta que se realizará el próximo mes, qué tipo de jornada prefieren, pero que, en muchos casos, será una elección sin tener la suficiente información de qué es lo que están votando y cómo afectará al futuro de esos centros en los que se implante, pues van a tener tan solo quince días para conocer y valorar el proyecto presentado, tiempo insuficiente para decidir algo que cambiará sustancialmente la vida escolar durante los próximos tres años.

    Muchos más ejemplos se podrían exponer sobre nuestra debilidad democrática (la corrupción, el desprestigio de la clase trabajadora, el rechazo a los diferentes, el culto sin medida a lo económico) pero tranquilos, que siempre nos quedará el fútbol para poner algún debate “enriquecedor” en nuestras vidas.

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    comentario 1 comentario
    Marietika
    Marietika
    26/03/2017 10:03
    ... y ahí vamos

    Y ahí vamos... sobreviviendo, de cualquier forma, sin pensar demasiado, porque como bien dices, no nos han enseñado a pensar diferente. Estamos integrados en un núcleo de normas de "esto está bien", "esto está mal" que son las que nos permiten sentirnos integrados en la sociedad. Y estas normas nos han sido dadas por tradiciones y leyes. Las tradiciones (rescoldos de la dictadura y tiempos anteriores) que el trabajador, el obrero, el operario... solo tiene que obedecer y callar; y las leyes son las que dicen que es delito (como la ley mordaza). Y como quien nos marca las normas es de suponer que sabe más que nosotros que por eso mandan, (padres y madres, abuelos y abuelas, vecindario, políticos y diversas autoridades, etc.) cumplimos las normas sin pensar en si están bien o mal, porque oponerse supone el riesgo de ser marginado, segregado del núcleo social "normalizado" y, quien quiere estar en contra de la mayoría? los valientes? temerarios? solitarios? dónde están? levantad las manos

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