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Por María José Navarro
Picos Pardos - RSS

De redes sociales y sus peligros

    La polémica está servida en cuanto se habla de redes sociales y sus usos y abusos. Sin ir más lejos, esta semana apareció un artículo en un diario hablando de una de esas cadenas que surgen en las redes sociales y que el personal (en este caso, hasta yo misma) comparte e invita a otros a seguirla. La cadena en cuestión era la publicación de una fotografía en blanco y negro, con la leyenda “Reto aceptado” y la consigna de que aquel amigo o amiga facebookero que le diera al “Me gusta” debería hacer lo mismo, con el falso pretexto de la lucha contra el cáncer.

    A pesar de ser muy consciente de la chorrada que constituía dicha acción, me otorgué la licencia de seguir el juego y colgar una foto mía, por aquello de que el verano, y el ocio que lleva aparejado, dan para caer en absurdas tentaciones que ni siquiera te plantearías entrado el mes de septiembre…

    Lo que me llamó la atención fue que, seguramente por esa falta de movimiento estival y, por consiguiente, de noticias más importantes, se le diera pábulo a esta tontería en el periódico, cuando continuamente se ven cadenas de estas características en dicha red social, en las que sus usuarios comparten leyendas de dudosa procedencia, aunque suelen ser acciones en las que el riesgo al robo de datos debe ser insignificante… “consejos” de utilización del propio Facebook, verificaciones de tus amistades de que lo son y que te quieren conservar como tal, etc.

    También se asume un riesgo cuando se accede a los juegos y otros pasatiempos varios, ya que ellos a su vez acceden automáticamente a tu cuenta de amistades si el usuario así lo admite, por lo que de vez en cuando nos vemos bombardeados con solicitudes para jugar a alguno de esos juegos, aunque nosotros jamás lo hayamos hecho.

    Sin embargo, muchos usuarios y usuarias no son conscientes es que el simple hecho de pertenecer a una de estas famosas redes sociales ya conlleva un peligro, pues ponemos al descubierto nuestra vida a propios y extraños, en algunos casos hasta límites que van más allá de lo que sería razonable y prudente, ya que ofrecemos información sobre nuestras entradas y salidas, sobre nuestros filias y fobias, sobre nuestros hijos e hijas… Información a la que, si no tenemos bien configurada nuestra cuenta, van a poder acceder no solo nuestros “amigos” (que en algunos casos solo lo son virtualmente), sino cualquiera que se dedique a fisgar en las vidas ajenas.

    Que estamos más que pillados, no es necesario decirlo, pues a nadie se le escapa que nuestros datos sirven a las empresas para traficar con ellos, con el pretexto de mejorar sus productos, bombardearnos con publicidad y, en definitiva, vendernos hasta una manta en verano, si es preciso… bancos, comercios, tarjetas de fidelización… Y si no véase la nueva triquiñuela del WhatsApp, que va a cambiar su política de privacidad y compartirá con Facebook e Instagram nuestros datos, que, aunque estemos espabilados y digamos que no lo deseamos, le ofrecerá a Facebook el acceso a nuestro número de teléfono y nuestros patrones de comportamiento de WhatsApp. Vamos, que compartir una foto es una cosa de niños comparado con todos los peligros virtuales-reales a los que nos exponemos diariamente con nuestras acciones.

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