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Por María José Navarro
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Transporte público y público sin transporte

    Estamos viviendo en la ciudad de Valencia grandes cambios hacia la peatonalización del centro, que crea gran polémica y disgusto en algunos colectivos. Sin embargo, se puede comprobar que la plaza del Ayuntamiento, por ejemplo, ha tenido lleno hasta la bandera los últimos domingos del mes, en los que se han ofrecido actividades varias, lo que quiere decir que la ciudadanía está necesitada de esos espacios libres de coches, humos y ruidos, en los que poder pasear, convivir y culturizarse. Lo mismo se puede decir de la zona Lonja-Mercado Central, que también ha dado lugar a la polémica por el temor (que yo clasificaría de infundado) de que los clientes dejen de ir por no poder acceder con sus vehículos.

    Sin embargo, para poder llegar al “clímax convivencial”, hace falta que el transporte público sea un servicio público real, con mayor frecuencia de paso, ampliación de horarios y un ajuste tarifario, con tarifas amplias y adaptables a las diferentes necesidades (familias, jóvenes, estudiantes, personas mayores, desempleadas). Sin estas medidas no se puede pretender que los y las valencianas opten por un transporte que no cubre sus necesidades y que además resulta más caro para las familias que su vehículo particular.

    Y no me estoy refiriendo solo a la EMT y la situación de precariedad en la que se encuentran sus autobuses, sino también al pobre servicio de Metro Valencia en el que los horarios deberían ampliarse en frecuencia y extensión, estableciendo si no un servicio nocturno, sí un horario que llegara más allá de las 10 de la noche.

    No os voy a contar lo complicado que resulta volver a mi pedanía, Benimámet, o a cualquiera de los pueblos que están conectados por este servicio, desde Villanueva de Castellón a Rafelbunyol, desde Lliria a Manises o Bétera después de esa hora, pues sé que aún podríamos estar peor…

    Si salimos de la cobertura que ofrece el Metro, encontramos otros muchos núcleos poblacionales, como Aldaia, Alaquás o Xirivella, por no nombrar otros pueblos del tramo que une Requena con la capital, que sufren un déficit en el transporte, ya que el servicio de Cercanías, desde las obras del AVE, ha sufrido un detrimento en su servicio, quedándose los trenes en la terminal de San Isidro, lo que dificulta enormemente a los usuarios el acceso al centro de Valencia y provocando con ello que muchos hayan optado por otros medios de transporte, o incluso, por tener que alquilar un piso en la ciudad, para evitar gastar tanto de su tiempo en los desplazamientos…

    Y esta misma historia es la que padecen desde hace unos meses los usuarios del tramo de Cercanías de Castellón, con innumerables retrasos y cortes en el servicio, que están haciendo desistir de su uso a los indignados pasajeros.

    Sin entrar en el deficiente servicio de Cercanías que reciben los ciudadanos y ciudadanas de la línea Xàtiva-Alcoi o el inexistente de los de Utiel…

    Está claro que Roma no se construyó en dos días, pero si queremos que la ciudadanía se acostumbre a utilizar el transporte público, se deberá hacer un esfuerzo para que mejore considerablemente y poderse adaptar a las premisas de la Unión Europea, que incluye la movilidad como uno de los servicios fundamentales que se deben prestar, poniéndola al mismo nivel que la educación, la sanidad y los servicios sociales, ya que la población está cada vez más envejecida y se debe garantizar la accesibilidad a todas las personas.

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