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Por Vicente García Nebot
En mi molesta opinión... - RSS

¡Cariño, esto no es lo que parece!

    Es lo único que le falta decirnos a los españoles el Partido Popular, respecto a sus cajas B y la denuncia del vigorexico Luis “se fuerte” Barcenas.

    Está claro que hasta el marido infiel tiene derecho a la presunción de inocencia ante los juzgados al ser sorprendido in fraganti en la cama con la que parece ser su amante, desnuda, sudorosa y con el pelo revuelto, con un sujetador colgado de la lamparilla de noche y los calzoncillos en el pomo de la puerta de entrada a la habitación,. Otra cosa es que la esposa “presuntamente” engañada haga una injusta valoración de la situación y condene a su marido poniéndole las maletas encima del felpudo de “bienvenidos” que tiene en la entrada del hogar conyugal.

    Podemos preguntarnos si es justo desde un punto de vista judicial. Y la contestación será que no, y mil veces no. La Constitución Española resalta en letras de oro el derecho a la presunción de inocencia, y hay que respetarla y cumplirla hasta que no se demuestre en un juicio justo la culpabilidad del reo.

    Por eso, que la policía anti-corrupción y un juez digan que la apariencia de que el PP de Rajoy y compañía rehabilitara y reformara la sede del partido en la calle Genova de Madrid con dinero en metálico, en billetes de 500 €, metidos en sobres con la impresión en la carátula de “Elecciones Generales de 2007” y sin factura de arquitecto o constructor alguno, igual va y podría entenderse que era un pago en dinero negro.

    O que las anotaciones en la libreta de Luis “el fuerte”, con fechas, nombres, iníciales y cantidades en pesetas y en euros, igual se parece mucho a una contabilidad de ir por casa para acordarse de cosas que uno ha hecho.

    Sí, es cierto. Esas cantidades no están recogidas en la contabilidad auditada por todos los organismos internos y externos. Pero es que de lo que se acusa a los dirigentes del partido popular es de corruptos y defraudadores, no de ser gilipollas.

    En este momento, el resto de españoles somos la mujer que acaba de abrir la puerta del dormitorio conyugal y se encuentra con los calzoncillos del marido sobre su mano. Mira la estampa de su querido esposo con una sonrisa forzada, las cejas levantadas y arqueadas con una expresión entre de sorpresa y de inocencia fingida. Con una rubia casi platino, de unos 28 añitos, que se está escondiendo a toda prisa bajo las sabanas. Y, el marido popular con el que tenía una confianza “absoluta”, con una voz quebrada y con ese tic que hace que el ojo izquierdo se le cierre involuntariamente cuando miente como un bellaco, nos dice: “¡Cariño, no es lo que parece! Aquí el primer engañado he sido yo. Creía que esta chica eras tú.

    Os parecéis tanto. Y como te cambias tanto el tinte del pelo. Y en todo caso esta mujer es responsable civil a titulo lucrativo porque me ha sacado 100 € del ala (cosa que a mí ya me extrañaba de ti, pero como ya sabemos que en España somos todos responsables de la corrupción como bien ha dicho Cospedal, pues…)”.

    Y, entonces, el tipo se levanta. Recoge los calzoncillos que tiene en su mano la enrojecida y furiosa mujer. Se los pone. Se acaba de vestir, con corbata incluida. Mientras tanto la rubia platino se pone el conjunto de lencería fina, el ajustado top y la minifalda. Con dos estirones arregla la cama. Pasa por el lado de todos los españoles, y se va. Y el partido popular, recomponiéndose el pelo engominado, piensa: “Y aquí no ha pasado “na”.

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