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Por Vicent Albaro
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El bosque y el leñador

    (La señora alcaldesa, me ha invitado un año más, y van muchos desde 1974, a colaborar en el libro de fiestas. No he podido evitar recordar la nómina de colaboradores, en especial a los que se fueron. Sea para ellos mi recuerdo y muy especialmente a los que marcaron con su impronta, muescas en mi alma dolorida, pues hicieron que jamás les olvide mientras pueda seguir comiendo los frutos de la tierra.)

    Se siente uno –al menos yo así me siento- como un árbol allí donde va clareando el bosque. Van cayendo los árboles de tu alrededor con un chasquido de condenación y desconsuelo, quejoso y seco. Sucesiones de difuntos.
    Se van primero los viejos por la ley de vida. Y si has sabido convivir y dejarte acariciar por sus palabras y su mirada, cada corte del Gran Leñador, es un jirón en tu piel de roble joven con airosas ramas a la rebelde inexperiencia. En el fondo de tu corazón, aún resuenan los ecos de aquellos gestos medidos y las palabras cansinas pero sabias, que unos vetustos corazones, templados en la forja y, a golpe de renuncias y miseria, amorosamente te iban inculcando su cultura y afecto, la mayoría de las veces sin darte cuenta. Pero aún eran tiempos de adorar el altar de la comunicación, antes que una epidemia de egolatría y ceguera televisiva e informática, convirtieran el noble arte de hablar y de escuchar, en verborrea barata donde prima la exposición acalorada de las propias ideas u opiniones, la mayoría de las veces irreflexivas e impuestas.

    Seguramente habrán visto la película de romanos que ya se ha convertido en un clásico, la de Gladiator o Gladiador como Vds. prefieran. Una historia como cualquier otra más o menos conocida, ambientada en la Roma clásica del emperador Marco Aurelio, con escenas dramáticas sobre todo en la batalla de la Germania; pero también con detalles sublimes, como cuando la mano de Máximo - invicto, fiel y honrado general de las legiones-, acaricia las espigas doradas de un campo sembrado de amor y pan, en su Hispania del alma. Porque allí le esperan su mujer e hijo, a tres mil kilómetros de distancia. Como contraste al fangoso paisaje germano, decrépito, incendiado, sanguinolento y crispado, aparece la paz y quietud, el sereno oleaje de las mieses doradas en un campo sembrado de amor y esperanza de futuro. El retorno a los lares de la tierra sagrada que vio nacer al hispano.
    Varios frondosos árboles han caído a manos del Gran Leñador, que han dejado huérfano nuestro bosque. Como el general Máximo también ellos estaban inmersos en la dura y a veces fangosa batalla diaria de la vida, pero también con la bendita añoranza y el profundo amor a la tierra, la caricia de las espigas doradas de Alcora y oros lares, en forma de música y poesía.

    Se fue SOLERIESTRUCH, don Eduardo. El gran patriarca de las letras valencianas que escribió sublimes poemas a Alcora, un pueblo que le fascinó y enamoró en su juventud y que siempre llevó en su corazón, y que antes, mucho antes de que el Ayuntamiento remediara su sed de nostalgias, nombrándole Cronista Oficial de la Villa; estuvo una noche en la ronda, cantándole al Cristo del Calvario y a Alcora. Llegó a esta tierra para ejercer de mantenedor de fiestas en 1957, le cantó sus versos a Mercedes Bachero Ahís, y se prendó de tanta belleza. Entre la feraz Ribera y el adusto Alcalatén, fluyen líricos poemas y vehementes prosas en lengua vernácula con pasión inusitada. Todo recogido en un libro póstumo que editó el ayuntamiento el año 2000.

    Se fue VICENTE MALLOL, El Poeta del Cristo. Jamás se han escrito poemas más profundos, y tardarán muchos años en ver la luz, palabras más sabias y sinceras, fieles a los textos sagrados con el cuño y la impronta de un hombre sencillo, que amó a Alcora hasta el final, y que nos hizo vivir y sentir la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo, por los caminos, senderos y ermitas de nuestro pueblo. Era el Evangelio alcorino según Vicente Mallol. Bendito sea el veterano maestro. Mis palabras de gratitud, como voz de sus poemas, y como un ignorante más que ha bebido de su misticidad y de su gran obra creativa, que ha tenido cumplida exposición en su día, en forma de libro: “El poeta del Cristo”, como legado a futuras generaciones.

    Se fue PEDRO MOLINER, mi amigo del alma, el que un día regresó de su Germania particular en Alcalá de Henares, en busca de las espigas doradas de su Alcora. Acariciándolas suavemente en forma de bandurria, de canciones, de rondalla y de Ronda. Un árbol muy cercano, talado para nuestro incomprensible entendimiento, demasiado pronto y cuya frondosa copa de sacrificio y amistad, alargaba una sombra fresca y de cariño a cuantos le rodeaban. Su ausencia es amarga, los proyectos quebrados, su cálida palabra perdida. Pero...¡Cuántas cosas nos ha dado, Señor! Y cuánto hemos compartido en estos años, que nos hemos llenado de amistad y de sabor a la tierra. A esta tierra nuestra que parece sobrarle todo, y que tiene falta de muchas cosas….y entre ellas la sencillez y gratitud.

    Se fue MIQUEL SOLER, la voz recia y almibarada, en el canto y la declamación. Castellonero hasta la médula y de afectuoso encuentro. Compañero en lides del juego floral y versos al Cristo “creuclavat”. Mi valedor como Mantenedor de Lledó. Mil gracias. Peregrino de las ermitas de la Plana y fita en Torremundo, devoto del Caminás en su más fiel “peiró” que marca el término secular, sagrado e impoluto de la Mare de Déu del Lledó. Pregonero de afanes y andares de tierra en agraz, entre ufanos naranjos. Acequiero mayor de sueños y quimeras inalcanzables, de afables romances entre música de cuerda y etérea perspectiva vital. Adéu Miquel, adéu, perquè:” Déu, te tot el dret d’emportarse al seu costat, als seus amics, als que més s’estima” (sic)

    Se fue BATISTE CARCELLER, amigo lejano y siempre omnipresente. Poeta, cantor, alcalde, franciscano, pascualino, villarrealero…hasta lo más profundo. Alma sencilla y sensible, escritor y locutor, actor…¡cómo te añoro en mi soledad buscada! Radio Popular, revista hablada Camino y Mont-mirá, “cordonets” que atan espíritus puros y limpios de inmensidad azul, acariciando cielos eternos. Peregrinos amigos, versos a un Cristo de brazos abiertos con el que hablamos como paisanos, a quien le confiamos nuestras penas y miserias, tantas como la raza humana es capaz de crear. Pero que solo ÉL es capaz de mitigar en su Amor infinito. Tú lo sabías de primera mano, en tu asceta existencia de entrega a los demás. Batiste amigo, debí estar más tiempo contigo, de enfermedad a enfermedad sin encuentro posible. Espíritu doliente.

    Por fortuna la memoria brilla como la luz de la luna en el mar, y allí viven nuestros muertos con el reflejo de su espíritu en nuestro corazón. Los queridos muertos que no podemos desdibujar cada mañana, y perderse en la memoria aunque nos produzca dolor. ¿Cómo no recordar cuando uno es niño, pues entonces están todos? Pero como dice el poeta, conforta ser niño, pero es entonces cuando secretamente se empieza a morir. No viene de repente la muerte, dice Séneca, pero se llama muerte a la última. Pues a medida que vives, te sobrevienen pequeñas muertes, y la última es la que te mata. Uno queda en el bosque temblando cuando caen los árboles con un chasquido de hueso que se rompe. Uno sabe muy bien que el Leñador, concede plazos pero tienen una caducidad más o menos cercana en el tiempo.

    Debemos recordarles siempre acariciando las espigas doradas, y recordarnos nosotros mismos que las espigas no nacen por casualidad. Hay que arar la tierra, sembrar y cosechar. Todo ello se consigue con esfuerzo y sacrificio, sin desmayar en los momentos bajos y difíciles, asimilando renuncias incomprensibles para muchos, pero que son el camino para el recuerdo de quienes les conocimos, quisimos y admiramos.

    Y nosotros, como hombres creyentes en el Cristo Vivo y Resucitado, junto a otras gentes de buena fe, damos en esta Pascua granada –la flor ha dado sus frutos- unas palabras de testimonio en recuerdo de su ausencia. Pero con la esperanza de que algún día, y Dios quiera lejano, podamos todos juntos vivir otros encuentros, donde las estrellas se funden en un cántico de alabanza al Dios infinito.

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