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Por Vicent Albaro
Camins de l´Alcora - RSS

Piropos por el camino del agua

    FOTOS
    Piropos por el camino del agua- (foto 1)
    Piropos por el camino del agua- (foto 2)
    Piropos por el camino del agua- (foto 3)

    Hoy recorremos un camino especial, líquido y cantarín, el camino del agua. Invisible a los ojos profanos, sugerente para almas solitarias que ansían descubrir rincones casi vírgenes. Su angosto trazado y la mimética ubicación, lo protegen del batiburrillo general. Se trata de una pequeña y modesta acequia, que conduce aguas nacientes y corrientes del río, desde un minúsculo azud. No es el grande, el visible y monumental de piedras labradas, cuyo manantial se secó en aras del progreso, el que desviaba caudales a la huerta mayor, no. Es otro más modesto casi imperceptible, cercano a la desembocadura del barranco de Mormirá, que por una emboscada acequia, conduce las aguas a las granjas de Pallaresos y Mosquerí o Font nova. Esta arteria viva, que en su origen fue de tierra, ahora está canalizada con modernos artilugios, a fin de preservar el preciado líquido de aquello que merme su fluidez. En algunos tramos del trazado, la pequeña acequia está cincelada en la piedra, no es la erosión, sino la secular terquedad del hombre, por abastecerse a toda costa del líquido vital para regar los estrechos bancales de las granjas.

    La denominación de granjas nada tiene que ver con actividad ganadera alguna, es más bien una curiosa toponimia local, referida a parcelas agrícolas localizadas en los márgenes del río,  que se riegan de aguas nacientes desde tiempo inmemorial. Son pequeñas, minúsculas, formando un colorido puzle por los meandros del cauce fluvial. Son, lo que ahora se ha venido en llamar eufemísticamente, huertos sociales; pero tan, tan viejos, que ni se sabe su origen, aunque hay documentos oficiales del siglo XVIII que regulan el uso y servidumbres. No obstante, contando siempre con los restos arqueológicos hallados por los contornos, es seguro que el hombre ya dominaba las aguas mucho antes de nuestra era.

    La cuestión es que dos mil años después, los actuales usuarios, ya llevan tres ásperas reuniones a fin de organizarse con el riego, por causa de la sequía. Porque el agua se acaba. En plena cosecha estacional, el agua llega escasa y “pesada”.  Por lo que toca dosificar tandas de riego, a fin de repartir equitativamente, esa agua que hace escasas semanas, rebosaba sobrante al cauce del río. Esta mañana de agosto, muy temprano, he acompañado a José Tena, es el hombre que ostenta el cargo de acequiero de la granja, además de secretario. He ido con él,  a recorrer la pequeña acequia revisando cualquier anomalía que impida el correr del agua. Ha sido una experiencia deliciosa, casi litúrgica. José, dejó hace muchos años su Mosqueruela natal, para venirse a Alcora a fabricar azulejos. El madrugón ha sido de campeonato y el silencio también, -en este paraje que hoy está seco-, en otro tiempo podía escucharse una sinfonía de sonidos, todos los que el agua corriente y vivaz, es capaz de proporcionar. Me duele esta inusual contención de muda quietud.

    Armados con una azada y tuberías de goma para desembozar, hemos recorrido casi todo el trayecto, desde las balsas hasta el nacimiento. José me cuenta que el agua no corre, está como “pesada” y lenta. Y que hay que apartar obstáculos para que mane ágil y llene las balsas de riego. Le miro trajinar por la acequia y le escucho hablar sobre el agua, es como un diálogo cuyo interlocutor se niega a avanzar hacia su destino. Habla con el agua en tono familiar, amable, con una exquisitez de atávica plegaria. Se conoce cada palmo y recoveco del entorno. Se lamenta del poco aprecio que hace la gente del agua, le hiere su despilfarro, refunfuña cuando se rebalsa por desprendimientos de guijarros; o hay una fuga propiciada por galerías de topillos. Es toda una autoridad en la materia, y yo no hago sino escucharle, y embelesarme cuando piropea al gua y la llama “perezosa”. Callo y miro a este hombre singular, que ve amanecer el día en los bancales de su huerto, soñando que la “perezosa”, llegue a sus almenaras para saciar la tierra. Hay poco que añadir, sabe mucho de lo que habla, y yo soy un ignorante que me acabo de enterar que el agua, a aparte de ser una combinación química de hidrógeno y oxígeno,   que potable y embotellada cuesta un ojo de la cara, puede ser además: “pesada”, “perezosa”, “alegre” y hasta cantarina. Ya ves tú.

    Yo le podría hablar de ancestrales litigios entre los mismos regantes de las granjas, o competidores de la huerta mayor, o de cuando se construyó el pantano. Todos recelosos por abarcar aguas y no quedarse secos. De tiempos feroces de cruz de navajas por un palmo de tierra o una tanda de riego. Pero no hace falta. Él tiene el sustrato de todo esto en su intuitivo quehacer diario. Lo he visto argumentar junto al tío Rafael, en las reuniones modernas de hace poquito tiempo en el hogar de ancianos, donde se esgrimen con poca diplomacia –ni falta que hace-,  los derechos históricos, reparto de turnos de riego, sanciones y multas a los comuneros insurrectos…vamos como en el Tribunal de las Aguas de Valencia, pero en pequeñito. Como lo es todo por estos andurriales. Pequeño el azud, la acequia, las balsas y los bancales.

    Pero grandes, muy grandes, en reconocer sus derechos y obligaciones. Para que nadie lo olvide, escritos en papel oficial timbrado con sello real de Isabel II, de tacto pringoso y amarillento por los años, fechado en dos de mayo del 1770 ante el escribano Cristóbal Tarragó. Este documento original, escrito a mano con letra caligrafiada estilo inglesa, fue sustituido años más tarde, concretamente en 1968 por otra escritura similar, que ordenaba el funcionamiento de esta junta de regantes, y que rige hoy en día. En aquellos tiempos habría otro José Tena, que mimaría las aguas conducidas por el margen izquierdo del río. Lo que no sabemos ni sabremos, es si también las piropearía en su angosto fluir hasta las balsas de riego, en los años de sequías como ésta.

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