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Burriana, París y Londres

    La célebre frase Burriana, París y Londres es fiel reflejo del orgullo y el sentimiento de pertenencia de los burrianenses. Un sentimiento – o cromosoma como diría don Roberto Roselló –  que traducido a su máxima expresión, desembocó en aquella fanfarronería que fue elevada a los altares por el Cardenal Tarancón.

     

    Decía don Juan Bautista Tejedo Beltrán, en uno de sus celebrados poemas costumbristas, escrito a principios del siglo XX:

    Repasa velles histories
    asburgal’l rodar del temps
    i trobarás moltes fites
    i mòstres per tot arreu
    del viri del nòstre pòble
    qu’en el sentir i en el fer
    ha vixcut en més grandea
    que tots aquells que comprén
    esta Plana tan bondossa
    que mos algrunça i manté.

    Sempre ha sabut nòstre pòble
    sobreexir en son paper
    quan era vila de moros
    lo rei en Jaume estigué
    front a sons murs atacant-la
    dos messos, per a poder
    guanyarla i entrar en ella
    seguit de mil cavallers.

    En temps de les Germanies
    tant fidèl va esser al Rey,
    que Carles Primer d’Espanya
    posá en l’escut burrianenc
    les tres corones que premien
    son leal comportament.

    Si samugaes del mal
    o cusquerelles del bé
    li porten algunes vòltes
    desinquet el seu cervell,
    s’escabuça tot el pòble
    dins d’un mar de sentiments
    o s’estòven plens de goig
    grans, mijans i xicotets.

    Com que no té res d’estrany
    que, sent Burriana com es,
    haja quallat la canço
    que canta tota la gent:

    En Castelló porten gorra,
    en Almassora, barret,
    en Vilareal mocaor
    i en Burriana sombreret.

    ………………………

    I aixina, pintors, poetes,
    músics, actors i demés,
    li vant teixint a Burriana
    sa corona de llorer.

    Para todos los que nos sentimos orgullosos de ser hijos de esta ciudad, Burriana continua siendo la misma tierra prometida que para aquellos colonos que llegaron a sustituir a los antiguos pobladores musulmanes, expulsados tras la conquista de Jaume I. Una historia rememorada en la película Tramuntana, rodada en 1991, en la que los actores Álvaro de Luna, Jorge Sanz y Emma Suárez, interpretaban a los habitantes de un poblado del Pirineo leridano que en el siglo XIII, ante la desolación y la miseria que les azotaba, decidieron emprender una marcha hacia Burriana, considerada dentro del Reino de Valencia como la tierra prometida.

    Pese a que Burriana fue una importante villa musulmana, puntualmente conquistada por Rodrigo Díaz de Vivar en el siglo XI, como se cita en el poema de gesta del Mío Cid - Tierras de Borriana todas conquistas las ha -, allá por 1.140, el primer eslabón del orgullo local podríamos situarlo en Alcañiz. Antes de las navidades de 1231, según se recoge en el Llibre del Feits, tuvo lugar la conversación de Alcañiz en la que se determinó la estrategia para la conquista de las tierras valencianas. El Conquistador, del que celebramos este año el 800 aniversario de su nacimiento en Montpellier, un 2 de febrero de 1208, estando con Hug de Forcalquer, maestro del Hospital, y el noble Blasco de Alagón, preguntó a este último por dónde podría entrar mejor en el Reino de Valencia para conquistarlo, aconsejándole que lo hiciera por Burriana, “car Borriana es lloc pla, e es prop de vostra terra, e venra.vos.hi per mar e per terra mills que no faria si pus lluny fossets en la terra; e, a fiança de Deu, al pus lluny haurets.la dins un mes; he trobar.hi hets gran conduits; e aquest es lo millor lloc que jo se per vos començar a conquerir lo regne de Valencia”. Los víveres para el asalto los haría llevar de Teruel y de otros lugares por mar. Y una vez tomada Burriana, para demostrar la decisión de continuar la conquista haría venir a la Reina, y así, según el propio Rey, los castillos sarracenos, situados entre Burriana y Tortosa, al encontrarse entre las fuerzas reales y tierra de cristianos, se rendirían, ya que verían cortado el suministro de víveres, los cuales, mayoritariamente, hasta entonces, se abastecían desde Burriana. Y así fue, aunque tras una dura batalla con los sarracenos de Burriana, el 16 de julio de 1233. Todos ellos, siete mil treinta y dos almas, entre hombres, mujeres y niños, tuvieron que salir de Burriana con aquello que pudieran portar encima, para lo cual se les dio cinco días de término. Parte de aquellos habitantes fundaron Mascarell, donde residieron hasta la expulsión de los moriscos a principios del siglo XVII. Tras establecerse Burriana como lugar estratégico desde el que se iba a lanzar la conquista de Valencia, recibió Carta Puebla por el propio Monarca el día de Todos los Santos de 1233, y fue colonizada por aragoneses y catalanes, y en especial por habitantes de las tierras de Lérida.

      

     

     

     

     

     

    El campanar de Burriana (51,10 metros), construido originariamente por el cantero Bartolomé Bataller a mediados del Siglo XIV como torre de la Casa de la Vila, al que representamos para ilustrar el famoso dicho – Burriana, París y Londres – junto al Big Ben (96,3 metros - 1856) y la Torre Eiffel (324 metros - 1889), es el símbolo de Burriana por antonomasia. Sin embargo, otro eslabón importantísimo del orgullo local lo constituye la iglesia de El Salvador. Recientemente, Amando Llopis, arquitecto que está a cargo de la restauración de la iglesia para albergar la exposición La Llum de les Imatges a finales de este año, afirmaba con rotundidad, tras estudiar el edificio, que “es el mejor templo medieval de toda la Comunidad Valenciana”. Su construcción en piedra – algo muy poco habitual en la zona – se inició en 1234, como un edificio conmemorativo y a la vez propagandístico. Conmemorativo porque representaba la primera gran victoria militar de Jaume I en la conquista del reino musulmán de Valencia, y propagandístico porque el Rey quiso demostrar construyendo una iglesia con buenos cimientos y sillares de piedra que la conquista del Reino de Valencia, que acababa de iniciar, era una empresa seria y con visión de futuro. Las obras se iniciaron en 1234, gracias al patrocinio de la orden de los Templarios y de Calatrava. Entre 1238 y 1250 se dio un nuevo impulso a la obra gracias al patrocinio de la Reina Na Violant, quien según la leyenda enterró a un hijo abortivo en la urna sepulcral de piedra situada en el exterior de la primera absidiola del “racó de l’abadia”. En esa misma época, se reconstruyó en estilo gótico, y bajo el reinado de Enrique III, la Abadía de Westminster en Londres, lugar de coronación y sepulcro de los monarcas británicos. La torre del Big Ben fue levantada en el siglo XIX, después de que el viejo palacio de Westminster - situado junto a la Abadía, y lugar en el que se reúnen las dos cámaras del Parlamento del Reino Unido - fuera destruido por el fuego la noche del 16 de octubre de 1834.

      

    Otro aspecto que nos distingue es nuestra bandera, que responde a un privilegio otorgado por Pedro IV el ceremonioso el 12 de marzo de 1347, en señal de gratitud por la fidelidad de la villa de Burriana al Rey: “dado que habéis conservado con puridad de ánimo el derecho a la fidelidad antigua, a cerca de nos y de nuestro real poderío, sin quebrantarle en la menor cosa del mundo. Por tanto como se os deba por esto de derecho corona de justicia por el servicio que en estas cosas a la real corona habéis hecho: os concedemos por vuestros merecimientos, que podáis tomar por seña y arma la corona, y honraros con ella señaladamente para que vosotros y vuestros sucesores perpetuamente se puedan alabar de semejante blasón de honra: y para los otros sea un ejemplo que remeden. Con esta presente carta os concedemos y queremos y ordenamos, que la bandera acostumbrada de dicha villa se acreciente por la parte de arriba, la cual añadidura esté teñida de color azul, del cual los antiguos Reyes de Aragón, nuestros antecesores ilustres, solían sus banderas vencedoras llevar. Y más que en la dicha añadidura del sobre dicho color, se sobrepongan, o entretejan, o se pinten en línea recta tres coronas reales de color oro, para que como señal de fidelidad (la cual como oro probado por el fuego en servicio de la dicha corona por obras notorias habéis demostrado) manifiestamente sea a todos conocido”.

    El orgullo de ser burrianero ha perdurado desde siglos, como también testimonia el Libro tercero de la Crónica de la ínclita y coronada ciudad de Valencia y su reino escrita por uno de nuestros burrianenses más ilustres, Rafael Martí de Viciana (1502-1582). “La villa de Burriana es una de las más celebradas villas de todo el reino de Valencia…”. “En este término de Burriana hay una parte que los campos producen naturalmente nogales, y en otra parte producen aceitunos;  y así los árboles y frutos de estos géneros son maravillosos. Y también se cogen en este término trigo, cebada, avena, cáñamo, lino, habas, legumbres, vino, seda y todo género de frutas mucho y con grande abundancia. Aquí se engordan los más gordos cochinos de carne de España. Y la carne del carnero es muy gorda y muy sabrosa, y el agua para beber es de pozos, y es la mejor de toda la comarca”. En estos párrafos ya se entrevé lo orgulloso que estaba de su población Martí de Viciana, cuyo primer ascendiente burrianense, Rampston, era de procedencia inglesa, aunque nada se sabe acerca de su apellido en su patria de procedencia, ni de su relación con alguna de las familias inglesas históricas de la época, puesto que el posterior apellido Viciana, es a todas luces una composición de pura cepa. Rampston llegó de Inglaterra para agregarse a las tropas del rey don Jaume. El año 1232 se publicó la Bula de la Cruzada, otorgada por el papa Gregorio IX a todos los que saliesen cruzados a la conquista de las tierras que estaban ocupadas por los musulmanes, lo cual movió a muchos cristianos a ofrecer su ayuda al rey don Jaume. Entre ellos había italianos, franceses e ingleses, como el caso de Rampston, que se estableció en Burriana, donde sus descendientes ocuparon altas dignidades, como el primer don Martín, del ilustre apellido, abuelo del cronista, y que fue Gobernador de la Plana.


    Pero el orgullo burrianero alcanzaría su máxima expresión con la gran revolución económica de la historia reciente del pueblo valenciano: la citricultura. Burriana desempeñará un papel hegemónico durante más de medio siglo, a lo largo del cual ostentó por derecho propio la capitalidad del comercio citrícola de toda España. En aquellos tiempos, y ciñéndonos a naranjas, hablar de Burriana, París y Londres no era una fanfarronada, era una realidad. En un espacio menor a cincuenta años nuestros antepasados cambiaron radicalmente las bases económicas e incluso el paisaje de la ciudad.
    Desde los inciertos comienzos, con las exportaciones desde el Grao al sur de Francia, en la primera mitad del siglo XIX, con aquellos pequeños “llauts” gobernados por los mercaderes mallorquines de Sóller, Burriana alcanzará la plena hegemonía a partir de 1870, cuando el Reino Unido pasará a ser nuestro principal cliente con la llegada de los primeros vapores. Un acontecimiento recreado por Vicent Abad, en su novela “El Jardín de las Hespérides” – de obligada lectura para quien desee revivir esta época hegemónica de Burriana –, que algunos sitúan como el origen de la expresión popular Burriana, París y Londres. Narra el director de nuestro Museu de la Taronja que: “Ocurrió el invierno de 1870, en un día frío y brumoso como aquél, con los almacenes trabajando a pleno rendimiento y la playa llena de veleros. Todo funcionaba con normalidad hasta que, de improviso, del mar llegó un enorme mugido, un largo y penetrante lamento que hacía vibrar la niebla y que nunca nadie había escuchado hasta entonces. Al oírlo, la gente de la playa quedó paralizada y las mujeres de los almacenes abandonaron su trabajo agolpándose nerviosas a las puertas de los mismos. – ¿Qué ocurre? ¿Qué ha sido eso? – gritaban excitadas mientras se aproximaban temerosas a la playa. (…) Solamente los marineros de los « llauts » permanecieron en sus puestos, contemplando divertidos la escena que había dejado la playa desierta y sembrada de naranjas. - ¡Malditos destripaterrones! – exclamó un marinero –. ¡Salid de vuestros escondites! No es más que un vapor. (…) Todas las miradas se volvieron de nuevo hacia el buque del que comenzó a descender una chalupa en cuyo interior se adivinaban varias figuras humanas (…) Uno de ellos vestía uniforme azul marino con barras doradas en la bocamanga y cubría su cabeza con una gorra en cuyo frente destacaba un escudo hecho asimismo de bordado de oro; el otro, un paisano, llevaba un largo sobretodo y sostenía entre sus dientes una voluminosa pipa de la que salía humo azulado. Al llegar a la orilla desembarcaron y este último se dirigió al comerciante Bautista Cantos diciéndole: - Señor Cantos, tengo el gusto de presentarle a Mister Miles, Capitán del  « S.S. OBERON » de la Marina de Su Majestad Británica”.

     

     

    Burriana, en esta época, se situó en el mapa internacional, aunque geográficamente ya compartiera la misma longitud de Londres: 0º 04’ oeste sobre el meridiano de Greenwich.

    Está comprobado que ni el cultivo ni el comercio de la naranja se iniciaron en Burriana, pero sus hombres, durante mucho tiempo, fueron los que dominaron esta actividad económica, interviniendo en todas las fases del proceso comercial y haciéndose oír dentro y fuera de nuestras fronteras.

    La expansión del naranjo hay que entenderla desde la crisis de la agricultura tradicional a finales del siglo XVIII y principios del XIX, en especial a todo lo que hace mención a la industria sedera valenciana – cultivo de moreras –, así como la explotación del cáñamo, entonces intervenido por el Estado para las Reales Fábricas de lonas y Jarcias de Cartagena.

    La escasa productividad de los cultivos agrícolas tradicionales, que se tradujo en unos precios cada vez menos remunerados, y la revolución del transporte marítimo, que hizo posible colocar un producto raro y de gran apreciación en los mercados de Europa, a un precio aceptable, fueron la principal causa de la gran expansión de los naranjos, que alcanzó el 100 % del cultivo a primeros del siglo XX. Sólo se le resistió durante unos años la vid, que conoció un periodo de prosperidad como consecuencia de la filoxera que arruinó los viñedos franceses alrededor de 1868.

    El primer huerto de Burriana se plantó hacía 1800 en Mascarós. Más tarde, alrededor de 1830, realizó algunas plantaciones Josep Polo de Bernabé, que edificó el caserón de La Pola, que todos conocemos como el Palasiet. El cultivo empezó a hacerse masivo al final de la guerra carlista que culminó en Burriana con el asedio de Serrador, en 1840.

    La conquista del mercado francés se sitúa en los orígenes de la exportación naranjera. Los patrones mallorquines primero y luego los comerciantes valencianos llevaron nuestras naranjas desde el Grao al sur del país vecino, hasta los puertos de Marsella, Cette y Port-Vendres, desde donde se extendía una vía de penetración directa hasta París.

    En gran Bretaña, que fue nuestro principal cliente, al extenderse la navegación a vapor, Londres, Liverpool y Manchester eran los principales mercados, y en todos ellos se vendía en subasta. La “City” y “Covent Garden” eran las subastas londinenses. Eso motivo que muchos comerciantes burrianenses situarán a sus agentes y personal de confianza en estas ciudades, para controlar las ventas y los precios que se alcanzaban en las pujas. Ese ir y venir de un grupo selecto de burrianenses a Londres, que en aquellos momentos era la capital del mundo, gracias a sus colonias, dotó de un cierto carácter cosmopolita a nuestra ciudad, que empezó a distinguirse.

    Burriana llegó a tener, a principios del siglo XX, 362 comerciantes y confeccionadores de naranjas; cantidad sorprendente en una población que entonces tenía 15.000 habitantes. Fue aquella una época de máximo esplendor, en la que un tercio de las naranjas que exportaba España salían de Burriana. Y eso, además de almacenes de naranjas, supuso una docena de industrias de envases, cinco serrerías, tres fábricas de clavos, y nueve timbrados de papel de seda para envolver las naranjas, seis de los cuales, en 1927, crearon el Timbrado Burrianense, S.A. lo que dio pie a que en 1931 se construyera la Papelera del Mijares. Antes, en 1919, ya se había puesto en marcha la primera papelera de la ciudad, la de El Cid, y también se fundó Talleres Tormo, que de la fabricación de balanzas derivó hacia la construcción de maquinaria de almacén, y de cuyas naves saldría en 1925 una maquina automatizada, y totalmente novedosa, para el lavado, secado y calibrado de la naranja. También fue la época de la implantación de la banca en Burriana, con la creación en 1922 del Banco de Burriana.

      

    Fruto de todo aquel renacer económico, en 1862 llegó el tren de ancho ibérico hasta la estación del Norte. Catorce años más tarde, en 1876,  llegó el telégrafo, en 1892 el teléfono, la electricidad en 1896, y en 1898 se concluía la construcción del tranvía de tracción animal que unía el Pla de Sant Blai con el Grao. La red de comunicaciones se completó en 1907 con la entrada en servicio de la famosa “Panderola”, el tren de vía estrecha que conectó Onda, Vila-real y el Grao de Burriana. En cambio, para el atraque del primer barco en el Puerto, hubo que esperar hasta 1934. Hasta entonces fue cotidiana la imagen de aquellas barcazas en el Grao, repletas de cajas, que tenaces trabajadores, con el agua casi hasta el cuello, empujaban mar adentro, y cuando no, conducían a hombros las cajas hasta las barcazas, luchando contra la fuerza de las olas. Un periodo descrito por el premio Pulitzer, James Michener, en su libro Iberia, publicado en 1968, en el que el norteamericano narraba su primera llegada a España en 1932, cuando tenía 25 años, en un vapor inglés que venía al Grao a cargar naranjas: “El primer español que vi en mi vida fue un trabajador de Burriana, sin más ropa que un culero, que nadaba hacia mi con la mano derecha asida a un cuerno de toro…”. “Sus brazos eran como los de los hombres prehistóricos, y para él yo era un chaval. Sus bueyes eran distintos a todos los que yo había visto hasta entonces, y juntos me llevaron hacia la orilla de España. Cuando vi bien de cerca llevar las lanchas al agua, quedé sorprendido al comprobar la energía que ello requería. Era medieval, o peor aún. Era un desperdicio de fuerza que me resultaba incomprensible, y aquello continuaba el día entero y el año entero, hombres y animales trabajando hasta matarse. Pero los hombres dedicados a esta tarea eran tan bellos, sus sonrisas tan atractivas, que parecían distintos, poderosos, estoicos. Esta era su suerte y no se quejaban”.

    El siglo XIX fue el siglo de los inventos: el ferrocarril, el  automóvil, la bicicleta, el cine, el fonógrafo, el telégrafo, pero sobre todo el de la fabricación industrial de la electricidad. La primera central eléctrica fue inaugurada en Gran Bretaña en 1881, y la magna exposición Universal de París de 1900, con  la que se daba la bienvenida al siglo XX, y para la que se construyó la Torre Eiffel, presentaba como una de sus máximas atracciones el « Palais de l’Electricité ». Burriana quiso también ser pionera en tan importante novedad, e inauguraba en 1896 la primera fábrica de luz de la provincia « El Ingenio », momento este en el que otros estudiosos como el ingeniero Casimiro Meliá, sitúan como hipótesis el momento en el que se acuño el tópico Burriana, París y Londres.

    El cenit de la plena satisfacción local lo constituyó el otorgamiento del título de “Ciudad” por parte de la Reina Regente María Cristina, el 4 de Julio de 1901: “Queriendo dar una prueba de Mi Real aprecio a la villa de Burriana, provincia de Castellón, y teniendo en cuenta el aumento de su población e importancia agrícola, industrial y comercial; En nombre de Mi Augusto hijo el Rey D. Alfonso XIII, y como Reina Regente del Reino, vengo en concederle el título de “Ciudad”, dado en palacio el cuatro de Julio de mil novecientos uno”.

    En el recopilatorio popular de Estanislao Alberola publicado en 1916 bajo el título “Mil y un cantares” ya se recoge el dicho “Burriana, París y Londres”, lo cual significa que a principios del siglo XX ya era ampliamente utilizado.

    Tal acuñación, en cambio, no es exclusiva de Burriana. Ya desde el siglo XVIII surgió la frase Reus, París y Londres, a raíz de que la capital del Baix Camp desarrolló una fuerte industria textil y del aguardiente. En este caso – además del mercado de la avellana –era el principal centro de cotización, siendo los otros dos París y Londres, de ahí la cita. Reus, al igual que Burriana, tiene una profusa obra patrimonial en la que destacan los edificios modernistas, frutos heredados de la pujanza industrial de finales del siglo XIX. Reus es la segunda capital del modernismo en Cataluña, algo que no es de extrañar si se tiene en cuenta que es la ciudad natal del arquitecto Antoni Gaudí.

     

     

     

    Retomando el hilo del sentimiento que genera el hecho de ser de Burriana, hay que señalar, en contraposición, nuestra vocación a fustigarnos, constituyendo la autocrítica una práctica cotidiana, sobre todo a partir de la aparición de las Fallas en 1928. Así, pronto surgieron frases como “Burriana, París y Londres, per on passes t’enfonses” para criticar la situación de algunas calles sin asfaltar. Ahora bien, si el fustigamiento venía de fuera, eso ya era otra cosa, y más aún si venía del fillol que tuvimos con Borriol. Ya tuvimos el primer encontronazo en el siglo XIV, cuando quisieron tomar parte del agua del Millars. Al final, el reparto de las aguas se resolvió en la sentencia arbitral del Infante Don Pedro de Aragón de 1346 en la que dispuso que el caudal del Millars se dividiera en 60 partes iguales, de las que 19 eran para Burriana, 14 para Vila-real, 14’5 para Castellón y 12,5 para Almassora. A finales del siglo XIX Burriana disponía de una oficina consular con Gran Bretaña, como resultado de la intensificación de las relaciones comerciales con dicho país. Cuando en 1897 falleció el entonces vicecónsul inglés en Burriana, el Círculo Mercantil e Industrial del fillol que tuvimos con Borriol, mandó un escrito al Ministro de Asuntos Exteriores Británico, Lord Salisbury, exponiéndole la conveniencia de que dicho viceconsulado se trasladara, argumentando que pronto iban a tener un nuevo puerto. La respuesta británica fue que al año siguiente nombraron dos vicecónsules, uno en cada ciudad. Pero la última demostración de que el fillol nos había salido un poco borde, fue su dura oposición a que se construyera el Puerto de Burriana, con la intención de que todo el tráfico marítimo del Grao se trasladara a su recién estrenada ensenada.

    En Borriol caguen al vol
    en Castelló caguen en porró
    i en Burriana cada ú caga on li dona la gana

    Pese a que desde aquella época hegemónica, que tuvo sus últimos coletazos en los años sesenta del pasado siglo, Burriana ha perdido muchos trenes, el orgullo de ser burrianero aún se mantiene. Es más, en 1969 al “Burriana, París y Londres”, algunos sumaron “Y ROMA” cuando el Papa Pablo VI le entregó el capelo cardenalicio a Monseñor Vicente Enrique y Tarancón.

    Y es que como decía el Bessó:

    ¡Oh tú, que sempre’t penses, cuan t’en ixes,
    que ratlles fetes deixes
    en tòn útil xafar tèrra forana
    no mes falta que digues a veu plana
    - ¡ « feu llòc; dobleu la esquena!
    ¡ Civis romanus sum! ¡¡ Soc de BURRIANA!! »

    comentarios 7 comentarios
    2296
    2296
    16/11/2017 03:11
    Nombre del cuadro

    Hola, me gustaría saber de que autor es la lámina que aparece al inicio del texto a la izquierda. Un saludo.

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