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La exposición ‘Emilio Varela. Pintor Universal’ se clausura con más de 20.000 visitantes

  • Se trata de la mayor antológica que se ha realizado en torno a la obra del artista alicantino

  • La exposición constituye el acto más importante del año Varela 2010

La mayor exposición antológica realizada en torno a la obra del artista alicantino, Emilio Varela cerró ayer sus puertas en la Lonja del Pescado de Alicante tras ser vista por un total de 20.160 personas, entre ellas más de 5.000 lo ha hecho concertando una visita guiada a través del programa de talleres educARTE del Consorcio de Museos.

La conselleria de Cultura i Esport, a través del Consorcio de Museos ha organizado esta exposición en colaboración con el Ayuntamiento de Alicante y la CAM, coincidiendo con la celebración del Año Varela. Inaugurada el pasado 1 de marzo ha estado abierta al público durante dos meses y medio.

Según el secretario autonómico de Cultura, Rafael Miró “esta exposición ha servido para reconocer la obra de uno de los pintores alicantinos más importantes de la primera mitad del siglo XX y uno de los mejores de su generación”.

La muestra ha reunido 238 obras a través de las cuales se realiza un repaso por toda su trayectoria artística, mostrando sus diferentes temáticas y estilos (autorretratos, paisajes, vistas de ciudad, retratos, bodegones, vistas de alrededores de Alicante).

Emilio Varela se ha emparentado con las grandes figuras de la pintura española del momento. Amigo de los intelectuales alicantinos más imprescindibles: Gabriel Miró, Óscar Esplá, Eduardo Irles, Juan Vidal o Germán Bernácer entre otros, Emilio Varela se sitúa junto a ellos en la élite de pensamiento y creación.

La obra de Varela es de una contundencia plástica que posiblemente no tenga parangón en la España de aquella época. La mayoría de los pintores de su generación estaba realizando una obra academicista de menor interés que la de Emilio Varela. La valentía de sus composiciones, la visión del dibujo y el tratamiento del color que aplica a sus obras demuestra su voluntad y atrevimiento, su modernidad pictórica.

Las grandes instituciones alicantinas poseen espléndidas piezas de Emilio Varela. Sin embargo, es en las colecciones particulares donde se han encontrado auténticas joyas, algunas de las cuales se muestran por primera vez, gracias a la generosidad de sus propietarios.

Anatomías del alma
Emilio Varela pintó más de 120 autorretratos a lo largo de toda su vida. Una y otra vez abre una investigación pictórica sobre su propio rostro, unas veces de manera impresionista, otras fauvista o expresionista. La evolución del pintor como persona y como artista queda reflejada en estos óleos: se pinta de joven, de adulto y de anciano; se pinta con colores oscuros o luminosos, con pinceladas cortas y nerviosas, puntillistas o planas, pero siempre de manera recurrente y obsesiva. Se ha reunido una pequeña selección de 40 autorretratos que conforma por sí misma, un conjunto de extraordinaria importancia y complejidad.

Paisajes emocionales
Con Emilio Varela, el paisaje alicantino adquirió categoría de género pictórico desde la segunda década del siglo pasado. La magnitud e intensidad de su obra paisajista lo sitúa como un pintor que fue “creación” más que “creador” del paisaje alicantino. Un pintor emocional que “está poseído por el paisaje y a su vez entra en posesión del paisaje” según el crítico Ernesto Contreras.

Varela descubre la montaña alicantina al mismo tiempo que una generación de intelectuales: Óscar Esplá, Gabriel Miró, Germán y Julio Bernácer, Juan Vidal, Ángel Custodio, Eduardo Irles... a los que unía una gran amistad. Amigos con una sensibilidad afín que plasmaron una formidable obra literaria, musical y pictórica, claramente relacionada entre sí. El solitario Varela se sintió especialmente feliz mientras permaneció allí, a temporadas.

Solitario pintor de las montañas
El pintor y el paisaje sostuvieron un intenso diálogo en el transcurso de casi medio siglo. Entre tanto, Varela recorre las montañas, los roquedos, los bancales desde Aitana hasta el Puig Campana, entre sierras pobladas de pinos, chopos, olivos, almendros,… y los pinta a “plein air”. Visita los pequeños pueblos abocados al valle de Guadalest: Benimantell, Benifato, Beniardá... caseríos rodeados de cumbres que están resueltos con una riquísima paleta de colores. Amarillos, rojos, azules y violetas que prenden de luz el espacio pictórico convirtiendo el paisaje en un espectáculo visual que retiene al fin, un instante de eternidad.

El lugar hallado
Al tiempo que sigue plasmando sorprendentes encuadres de la geografía alicantina, Varela desciende desde la montaña hasta el mar, en busca de otra gran mole rocosa: el Peñón de Ifach. Quedó admirado por la pintoresca configuración del enclave y lo trasladó a la pintura en numerosas ocasiones. Como un poderoso símbolo Varela pinta el gran peñascal que impone su presencia pétrea cincelada por la luz, con sus pliegues rocosos emergiendo de una mar en calma. Se acerca a los pueblos costeros incorporando así la luz que nace del mar, un mar dormido y azul.

Los contemporáneos: retratos del vivir y del amar
Emilio Varela fue un excelente retratista. Retratos que emprende a finales de la década de los años 20 y que ya no abandonará hasta el final de su pintura. En ellos, la figura adquiere una simplicidad y una estilización aristocráticas, según las palabras de su amigo y escritor Eduardo Irles, a quien pintó de forma magistral.

Retratos sobre fondos planos o situados en extraños paisajes simbolistas, rodeados de figuritas o juguetes en los que sorprende la luz que dimana de los retratados. Colores ocres, rosas, verdes, azules o brillantes amarillos. Retratos bien amados de mujeres, hombres o niños a los que el pintor otorga una profunda elegancia ascética.

La ciudad resplandeciente
Los paisajes urbanos de Alicante, la ciudad amada por el pintor, son representados una y otra vez por Varela sobre todo, durante la década de los 20 y primeros años 30, antes de la guerra civil. Son innumerables las vistas de calles y plazas, de un caserío que se extiende al pie del Benacantil y transcurre por el intrincado laberinto del barrio de Santa Cruz hasta la ciudad nueva, cerca de la Explanada y el Puerto.

Una ciudad luminosa o plomiza, una ciudad construida con pinceladas precisas, a ratos un poco cubista o postcubista, construida con planos duros y escuetos a través de balcones, patios, azoteas y terrazas. Y al fin, el mar más cercano del puerto y las palmeras de la Explanada… Predominan los amarillos, azules o violetas que apresan un instante que siempre había estado esperándonos.

La ciudad dormida
Varela pinta la ciudad que le correspondió vivir. Repite motivos. Pinta composiciones desde los lugares más altos, configurando extrañas perspectivas que permiten casi pasar la vista por encima de los tejados sin apenas tocarlos.
Emilio Varela registra las vistas de una ciudad despoblada de habitantes en la que apenas hay personajes o anécdota, y eso le aproxima en cierta forma, al arte abstracto. No hay actividad humana, no transcurre el tiempo... Varela supo ver y llevar a su obra los lugares más insólitos de la ciudad de Alicante, una ciudad que luego aprendimos a descubrir para quedarnos con ella para siempre.

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